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Paraná

El Maipú, un bar notable que convoca al ritual de la amistad

El bar fue cambiando con el tiempo, siempre convocando parroquianos.
El bar fue cambiando con el tiempo, siempre convocando parroquianos. Foto 1/5
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06/11/2021 05:13 hs

Viejo y emblemático bar de la capital provincial, fue fundado en el lejano 1958 por Miguel Hundt. “El Maipú”, punto sagrado de encuentro de los obreros ferroviarios antes de ir a trabajar en tiempo que había trenes, de los municipales que terminaban su larga jornada cuando la basura se recolectaba por la noche, y de apostadores que encontraron en esta bonita esquina un refugio para despuntar el vicio y pasar el tiempo. La modernidad impuso cambios, nuevos hábitos y otro público, pero el lugar sigue conservando a muchos viejos clientes y el aura de antiguo boliche de barrio, de los pocos que van quedando en Paraná.

“Él ya tenía el bar cuando empezamos a salir, había ganado una lotería y compró ésta casa”, nos cuenta Ángela Gladys Treppan, la esposa de Miguel y responsable por muchos años de todo lo rico que salía de la cocina del Maipú. “Era otro negocio, muy distinto a éste, Juan lo cambió mucho” se adelanta en el relato, orgullosa de su hijo, el actual responsable de un bar con mucha historia. “Son dos hermanos, pero el otro vive en Misiones” nos agrega sobre su prole.

El Maipú, testigo privilegiado de aquella ciudad sencilla, pueblerina y casi insular, donde la leche se repartía puerta a puerta y las balsas cruzaban vehículos y personas hacia una suerte de continente llamado Santa Fe. Ciudad de profundos contrastes, donde la industria y el comercio eran un signo distintivo y potente, en detrimento de los sectores administrativos, bancarios o de servicios. Una Paraná con muchos bares y confiterías, de las que casi no quedan.

El bar, que lleva el nombre de la calle y que esquina con Francisco Soler, como se llamaba antes de mutar en Juan Domingo Perón, abrió sus puertas hace 63 años de la mano de Miguel Hundt, por entonces cantinero del vecino Club Talleres, cuando la institución adquirió -en 1944- los terrenos de las calles Irigoyen y Feliciano y comenzó a levantar allí su sede. Calles adoquinadas y poca iluminación, un barrio de trabajadores y familias de clase media donde todos se reconocían.

“Yo soy de acá, nacida y criada” apunta Gladys, con sentido de pertenencia. “El barrio se llamaba Soler, como la calle, y vivían muchos trabajadores” comenta. Podemos agregar que Francisco Soler, el médico, a quien se lo reconoció nombrando al barrio, fue presidente de la Corporación Municipal de Paraná en 1860 por decisión de Urquiza. Antes y después participó en numerosas campañas militares como profesional de la salud. “Vivian muchos trabajadores del ferrocarril. Mi padre era ferroviario” señala esta mujer de 84 años, que acompañó el emprendimiento del marido desde un puesto clave: la cocina.

De matambres y mesas de truco

“Él no quería que estuviera en el bar atendiendo. Yo me ocupaba de preparar las comidas”. Gladys recuerda que, desde el viejo boliche, además de elaborar las minutas para los parroquianos, se hacían viandas para la gente del barrio y del cercano hospital San Martín. “Teníamos hasta 30 viandas diarias, a veces más, durante muchos años” puntualiza la mujer que legó algunas recetas culinarias que siguen vigentes en la carta gastronómica de hoy.

Algunos memoriosos y leales clientes por décadas del Maipú recuerdan con nostalgia el matambre bien casero que salía de esa cocina. “Lo mejor que probé” recuerda Jorge Luís, feligrés y vecino de calle Alsina. Curioso por la calidad del producto le preguntó un día por la formula. “Hay que ponerle, además, un poco de gelatina” le concedió Gladys, develando el secreto del apreciado manjar. Salames de la colonia, buenos quesos, bondiolas y mortadela completaban las contundentes picadas del boliche.

Otro recuerdo imborrable fue la mesa para jugar al truco – en realidad eran dos-, modelo único que hace poco fue retirada del salón principal. “Todavía la tengo” avisa Juan. El viejo mueble, testigo de inolvidables partidas y campeonatos que convocaban a parejas de todo pelaje, fue pensado y construido por un carpintero que además era un asiduo cliente de los Hundt. El curioso y singular mobiliario contempló cuatro apoya vasos independientes de la tabla principal “para evitar los riesgos de volcados que mojen las cartas”, según declaró el propio fabricante.

“Se tomaba mucho y Miguel los tenía que ir corriendo despacio, para que se fueran a sus casas, sino no cerrábamos más” memora Gladys sobre las interminables noches en el salón o en la vereda, cuando el verano obligaba a sacar algunas mesas para los fieles clientes, una mayoría absoluta de hombres que disfrutaban del ritual en esta esquina tradicional.

Cambia, todo cambia

Cambia el pelaje la fiera/Cambia el cabello el anciano/Y así como todo cambia/Que yo cambie no es extraño… Y es cierto. Quienes conocimos el primer Maipú, allá por los años ’80 y los ’90, comprando locro un día patrio o degustando el matambre, compartimos sólo la parte delantera de la casa, donde sobresalía la barra y las mesas donde se tomaban copas y se jugaba. Las paredes estaban cubiertas por las estanterías que llegaban hasta el techo con las bebidas clásicas que requerían los parroquianos y una escalera conducía a un entrepiso donde, dicen, en la noche se jugaba y apostaba fuerte. Muchas de esas antiguas y espirituosas botellas siguen firmes observando desde lo alto y guardando silencio, ensamblando la vieja estética que decoró por décadas al boliche de Hundt. Y viendo los cambios como dice la Negra Sosa en esa bella canción.

“Bar Maipú, la mejor tranquilidad”.

“Así le puse como slogan después que falleció mi papá – en 2003- porque los clientes quedaron, al principio. Después empezó a venir más gente, otro público, así que fuimos ampliando” cuenta Juan, recordando que el lugar de la entrevista era “mi dormitorio y allí –señala- el de papá y mamá”. La estructura del nuevo Maipú ocupa hoy la totalidad de la casa. Gladys se mudó a media cuadra y Juan a otro lado. “Fuimos tirando paredes para brindar más comodidad y tener nuevos espacios”, apunta.

Los cambios incluyeron los horarios. “Antes mi viejo habría temprano, a las 7 de la mañana ya pasaban los ferroviarios antes de ir a trabajar y se tomaban una grappa, un whisky, una ginebrita, también los municipales, que habían terminado de juntar la basura y hacían una parada” recuerda. “Cerrábamos a las 13 y a las 17 se abría de nuevo hasta que se iba el último” evoca también Gladys, que pondera la decisión del hijo de abrir sólo a la noche. Hoy, el boliche funciona desde las 19.30 y hasta la 1 de la mañana.

¿Fue lo que imaginaste para tu futuro? “La vida me llevó”, responderá Juan sobre un destino que no imaginó, pero que se fue construyendo junto a su padre y a su madre, en las vivencias cotidianas en este bar emblemático de la ciudad, sintetizado en una foto muy grande ensamblada en el interior amplio -donde antes fueron los dormitorios de la vieja casa-, que permite ver a varias personas, entre ellos don Miguel Hundt y sus dos hijos pequeños, y el frente del viejo Maipú.

Ya no hay ferroviarios, los municipales ya no juntan por las noches la basura y los apostadores y jugadores de truco escolasean en otros reductos, porque hasta la mesa de truco fue llevada a otro lugar. Pero el Maipú sigue siendo un bar notable de la ciudad, una marca registrada de una familia del viejo barrio Soler aunque ya nadie lo nombre ni recuerde como tal. Y en las picadas siempre está el matambre casero con esa receta bien guardada por Gladys, un placer único que vale la pena disfrutar seguido.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

Fotos: gentileza Bar Maipú

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