Lleva en la sangre un oficio que es una tradición familiar desde hace cinco generaciones, y es el amor por la platería entrerriana. Esa pasión contagiosa la heredó de su abuelo y maestro, el destacado artesano de la ciudad de Viale, Eduardo “Cacho” Rodríguez. Una historia que emergió allá por el siglo XIX y que tiene en el joven orfebre Martín Cacciabue al responsable de llevar la posta en este presente y convulsionado tiempo de pandemia.
Arroyo Cazuelas, una calle en el barrio Paracao de la ciudad de Paraná. Allí está el taller del artesano, donde la única música que se escucha es un golpe suave y repetido de un martillo sobre el cincel, un ritual ancestral para marcar una delicada línea sobre una lámina de metal plateado. Un trazo sobre el lienzo de un pintor.
“Desde muy chico estuve junto a mi abuelo, aprendiendo. Me metí a fondo a los 13 años, cuando él me dijo que ya no le estaba dando la vista para cincelar. Ahí empecé a viajar a Viale tres veces por semana”, nos cuenta Martín al recibirnos en su factoría. Un lugar meticulosamente ordenado en el que se destacan la mesa de trabajo y las herramientas para trabajar los metales.
El platero se destaca por sus trabajos, por su terminación. Son hacedores de aperos para el caballo, fustas, espuelas y demás accesorios que usa el jinete; del facón o cuchillo gaucho que es tan requerido tanto por un coleccionista como por el hombre de campo. Mates y bombillas, realizados en plata cincelada son marca registrada del espíritu criollo.
La figura del abuelo formador volverá una y otra vez en la charla, por eso vale un paréntesis. Este cronista tuvo la inolvidable oportunidad de entrevistar hace 15 años al renombrado platero Cacho Rodríguez en su taller vialense. Y por allí andaba un jovencito curioso que todo lo miraba mientras aprendía los rudimentos para cincelar o soldar, el catecismo de un oficio que estaba y está en la sangre familiar. Martín garantiza una nueva generación de orfebres de un mismo árbol genealógico.
El hombre de San José
“Cabalgando sobre brioso caballo moro cubierto de plata desde la testera hasta la baticola”—cuenta el escritor Pastor Obligado en “La gloria de Caseros”. Cabezadas, riendas, pretal, todo relumbrante como una platería moviente, avanzaba el General Urquiza, rebosando alegría y satisfacción al contemplar su misión cumplida”, señaló el autor en su libro.
Esa historia señala que el caudillo-estanciero-general que reinaba desde su palacio entrerriano era el argentino que más había hecho por el desarrollo de los lujos camperos. Así como contrató al pintor uruguayo Juan Manuel Blanes para que decorara la capilla de su fortaleza, el señor de San José había alojado en su casa, durante varios años, al platero y grabador siciliano Pablo Cataldi para que vistiera sus caballos.
“Mi tatarabuelo contrata a un platero que se llamaba Juan Luero para que les enseñara a sus hijos, en la zona de Viale. Con este hombre aprendieron mis antepasados” dice Martín y señala una foto colgada en la pared, un cuadro de época donde se lucen tanto el bisabuelo como un zaino bien “chapeado”.
Luero y Cataldi, cada uno por su lado y en su tiempo, dejaron sus huellas. La platería criolla ocupó siempre un lugar muy destacado en la historia nacional, y son muchos quienes han aprendido este antiguo oficio en la provincia.
¿No te considerás platero aún?
La pregunta puede aparecer capciosa pero en el perfil de la red social de Martín Cacciabue dice “Alumno en Práctica en Aprendiz de Platería”, toda una definición para un joven que nació en un hogar marcado por un arte único y que forma parte del patrimonio histórico y cultural de Entre Ríos.
“Mi abuelo me decía que no me podía dar el título de platero porque su padre no se la había dado a él, así que me considero aprendiz”, recuerda con una sonrisa.
¿Por dónde se empieza?
“Lo primero es saber soldar bien, después viene el cincelado que es la línea que te identifica”. En práctica se “fundieron” algunos trabajos que le habían encargado “porque los pasaba de calor” ríe Martín.
El arte de la platería es una cesión de conocimientos que se da de padres a hijos, de maestros a discípulos, y esta historia no es la excepción. Martín heredó de su abuelo la pasión y aprendió junto a él que se deben aprovechar todos los recursos que estén a mano para realizar un buen trabajo “así sea una bombilla, un mate, un llavero o un cuchillo” sostiene.
“Mi gusto personal son los cuchillos. Y desde que lo empiezo y hasta que está terminado son 15 o 20 días de trabajo” responde mientras exhibe algunos que son pequeñas obras de arte. “La semana pasada llegaron a mis manos tres cuchillos con el sello de Cacho para arreglarlos. Me emociona mucho cada pieza que hizo”, nos cuenta.
Estilos en movimiento
Los artesanos plateros de Entre Ríos y de este tiempo, comenzaron a reunirse para discutir y promover la actividad. “Junto a la profesora Griselda De Paoli y Martín Kornicki, que tiene un taller en Oro Verde donde enseña, comenzamos a estudiar piezas muy antiguas que hay en el Museo Histórico Martiniano Leguizamón”.
Con esa motivación, a fines de 2019, realizaron un encuentro en la sede del museo al que llamaron “Argentum. Una mirada sobre la platería entrerriana”. En una de esas tenidas participó también Daniel Bravo, platero de San José – en el departamento Colón- hijo de Avelino “Pichón” Bravo, una de las leyendas de la artesanía y con amplio reconocimiento en el país. “La intención es seguir cuando se pueda” subraya Cacciabue.
El reconocimiento y la venta
“La gente que conoce de platería valora cada pieza cuando es artesanal, así sea una bombilla” sentencia el heredero de una tradición. Con todo un camino por delante para recorrer, pero con una mochila cargada de experiencias y amor por lo que hace, Martín alienta a jóvenes como él a superar las dificultades y meterse de lleno en este apasionante mundo.
Sobre las ventas admite que “la pandemia afectó a todos. Al principio complicado, pero después mejor. Muchos colegas que van a las ferias sí, estuvieron y están muy afectados”.
“Uno les pasa fotos y te compran o no, no hay discusión por el precio, es uno el que lo pone. Y te diría que hay muchos que vuelven a encargarme algún trabajo”.
Pero hay algo superior a una transacción comercial y es la valoración de una pieza artesanal. “Con que me reconozcan los trabajos ya estoy, demasiado con la herencia que me dejó mi abuelo, que fueron sus conocimientos, sus enseñanzas, con eso ya estoy más que hecho” nos dice el aprendiz de platero.
Para el hombre de la calle de cualquier ciudad, enfrascado en otros temas, el arte de la platería criolla puede ser menos interesante que escuchar en sus oídos sobre el nuevo mapeo de la Vía Láctea, por eso está bueno recordar que nuestros pueblos originarios trabajaban la plata y el oro con una enorme destreza, antes de la llegada de los conquistadores.
Una actividad que se fue trasmitiendo a lo largo de los siglos y que llega hasta nuestro tiempo. Con otro espíritu, seguramente, pero con una calidad que garantiza la trascendencia, a través de orfebres como el joven y brillante “aprendiz” de platero Martín Cacciabue.
Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción
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