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Gastón Rinaldi: "La vaca muchas veces cumple el rol de conservar valor"

11/11/2025 08:57 hs

El aumento o la caída del stock bovino no siempre responde a productividad ni a rentabilidad. En un país acostumbrado a la inflación, la vaca muchas veces cumple el rol que el peso no puede: conservar valor.

Durante los últimos años, el debate ganadero se ha centrado en los vaivenes del stock y las señales de retención o liquidación de vientres. Cada vez que los datos oficiales o de las existencias nacionales muestran un cambio de tendencia, se apuran conclusiones sobre “mejoras de precios”, “mayor rentabilidad” o “nueva fase de crecimiento”.

Sin embargo, detrás de esas variaciones no suele haber un cambio estructural en la eficiencia o en la productividad del rodeo, sino un reflejo del mismo fenómeno que atraviesa toda la economía argentina: la búsqueda de refugio ante la pérdida de valor del dinero.

El aumento de stock bovino en la Argentina no se explica —al menos en las últimas décadas— por una mejora técnica o un mayor retorno económico de la cría. Se explica por la decisión de conservar valor en bienes materiales, particularmente en vacas, cuando el peso argentino se devalúa o las expectativas de inflación se aceleran.

Históricamente, los momentos de crecimiento del rodeo coincidieron con tasas de interés reales negativas y alta inflación esperada. En esos contextos, mantener pesos o instrumentos financieros resulta irracional, y la hacienda pasa a cumplir un rol de “activo refugio”: es tangible, se ajusta con la inflación y mantiene liquidez relativa en mercados informales o regionales. Así, la “retención de vientres” no surge como decisión productivista, sino como una decisión patrimonial: acumular hacienda ante el desprecio por el dinero local.

Por el contrario, cuando la economía entra en fases de estabilidad relativa —con inflación moderada y tasas de interés reales positivas— el incentivo se revierte. El productor no percibe necesidad de cubrirse en activos físicos, y la cría pierde atractivo frente a otras alternativas. El resultado suele ser una faena mayor de hembras y una aparente “descapitalización” del rodeo, que en realidad es la consecuencia natural de un entorno donde el dinero recupera sentido.

El análisis de precios en dólares libres confirma que el nivel de precios no determina la tenencia. Hubo años con precios en dólares muy bajos en los que el stock se mantuvo estable, y años con precios altos en los que el rodeo cayó. El vínculo real no está entre “precio de la carne” y “cantidad de vacas”, sino entre inflación esperada y retención. Cuando el productor prevé que el peso se deteriorará, guarda sus vacas.

Esta lógica patrimonial explica por qué los ciclos ganaderos argentinos no se parecen a los de otros países. En lugar de responder a márgenes económicos o a señales de productividad, responden a percepciones (totalmente fundadas) macroeconómicas. La ganadería, especialmente la de cría, ha funcionado más como un balance patrimonial en movimiento que como una empresa de flujo.

Buena parte del discurso técnico atribuye la falta de crecimiento ganadero a “tasas altas” o “escaso financiamiento”. Pero, en realidad, las tasas son el reflejo de la desvalorización del dinero, no su causa. Cuando el mercado percibe inflación futura alta, incluso si las tasas nominales suben, las tasas reales tienden a volverse negativas. En ese contexto, el productor no piensa en endeudarse, piensa en cubrirse. Así, las tasas altas no frenan la inversión ganadera: la explican, como síntoma de la pérdida de confianza en la moneda. Son la expresión de un entorno donde la moneda deja de servir como reserva de valor, y el productor traslada esa desconfianza a la vaca.

En este sentido, el argumento de que “si bajan las tasas crecerá el stock” no se verifica empíricamente. Una tasa baja en un país inestable no estimula la producción; simplemente refleja que el sistema financiero está reprimido. Lo que determina el comportamiento ganadero es la confianza en la moneda, no el costo nominal del crédito.

Si aceptamos que la ganadería argentina ha sido, y sigue siendo, en gran medida una actividad de resguardo patrimonial, entonces debemos replantear qué esperamos de ella como país. Mientras los incentivos estén ligados a la inestabilidad —mientras la inflación sea el verdadero “driver” de retención— la expansión del rodeo no responderá a productividad ni a eficiencia, sino a coyunturas financieras.

En cambio, una política de estabilidad macro y precios predecibles permitiría que los productores tomen decisiones empresariales, no defensivas: invertir en genética, manejo, infraestructura y tecnología, con horizonte de rentabilidad, no de cobertura.

Por eso, la estabilidad política es importante, pero la estabilidad de precios es determinante. Sin precios estables, la política es un decorado; con ellos, la ganadería puede volver a ser una actividad productiva y competitiva. Por Gastón Rinaldi Berger / Especialista en Costos

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