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Viale

Winderholler: un viejo almacén que resume la historia de una ciudad

Carlos Alberto, hijo del fundador del boliche, cuida que haya
Carlos Alberto, hijo del fundador del boliche, cuida que haya "de todo un poco".
31/12/2021 11:11 hs

Es uno de los almacenes, despacho de copas y bazar más antiguo que va quedando en la ciudad entrerriana de Viale. Fundado en la calle Panutto en 1938 por Alejandro Winderholler, el viejo boliche ha resistido el paso inexorable de los años, los cambios de hábitos de los consumidores, la irrupción de los primeros autoservicios y la presencia del comercio oriental, el súper chino en el barrio. En su mostrador de granito, en las estanterías pobladas de mercaderías y en ese despacho de copas único está parte de la historia y la identidad de la provincia rural que es Entre Ríos.

Una puerta de hierro con vidrios, dos ventanales para exhibir artículos de bazar y un antiguo cartel de cerveza Quilmes conforman la estética del boliche de los “Vinderoler” como le dicen los vialenses en el trato cotidiano. En su segundo y actual hogar de la calle San Nicolás 770, donde se mudó la familia en 1965, el negocio es atendido por su dueño Carlos Alberto, el hijo del fundador del boliche.

Ingresar al local de Winderholler deslumbra por la cantidad de productos que hay en sus estanterías, fundamentalmente de bazar, colgados en exhibición para su venta. “Tenemos de todo un poco, antes había más” nos dice el almacenero. “Es un bazar popular, no de alta gama o de cosas raras. La gente se le rompe la olla o la taza y acá tiene una de repuesto” apunta en un diálogo al que se presta con la naturalidad propia de quien está acostumbrado a atender con amabilidad, el principio esencial de cualquier negocio que pretende perdurar.

Acodado en el granito de un mostrador sobrecargado de mercancías el hombre recuerda cuando la calle era de tierra y la familia rural llegaba desde muy lejos “para abastecerse de todo lo que necesitaba, por eso siempre tuvimos muchos productos, pero eso ya fue” dice con marcada resignación.

El boliche tiene de todo un poco: Termos, fuentes pizeras o para el horno, platos, jarras, fuentes para ensaladas o mates de madera…Y la lista sigue, en las estanterías se podría decir que hay para todos los gustos y más, con sartenes de distintas medidas, vasos, juegos de cubierto, cucharones, ollas, hervidores, pavas y coladores, muchos coladores de diferentes materiales y tamaños a gusto del cliente colgados de la balanza tapando un poco la visión del pesaje para el cliente. Todo eso, además de yerba, aceite, café, arroz o fideos. Nadie se va sin lo que fue a buscar “a lo Vinderoler” podría ser la consigna.

Una foto que todos quieren

“Abrimos temprano y cerramos temprano, tipo 19.30” indica el hombre detrás del mostrador original con más de 80 años de historia, mientras saluda a una señora que llega y se pone a mirar entre los incontables productos que hay en el boliche. Pero además de fieles y antiguos clientes y clientas, lo de “Vinderoler” convoca a dirigentes que visitan el viejo almacén para saludar y sacarse una foto en tiempos de campaña o no tanto. Hace poco anduvo el intendente de Viale Carlos Weiss en visita de cortesía, y en la campaña de 2019 el gobernador Gustavo Bordet también se hizo un ratito para apoyar a sus candidatos locales y saludar al bolichero vialense, con quien tiene un nexo muy particular.

Es así. El actual responsable de comandar el helicóptero en el que habitualmente se moviliza el mandatario entrerriano es Ezequiel Winderholler, hijo del almacenero y de la docente jubilada Blanca Fischer. La historia del piloto ya ha sido motivo de otras crónicas periodísticas por el esfuerzo para capacitarse y lograr su objetivo, que no era otro que el de volar. Hoy es uno de los encargados de pilotar el Bell Ranger que dispone la Policía entrerriana y que es utilizado con mucha frecuencia por el gobernador Bordet.

Viale, donde llegaron los Winderholler

Viale, sede de importantes empresas vinculadas al sector agropecuario y capital nacional de la fiesta del asado con cuero, ese manjar típico argentino. Ciudad pujante, una de las principales del departamento Paraná no cuenta con una fecha precisa de fundación. Se toma como día inaugural el 7 de julio de 1906, cuando se habilitó por decreto provincial la estación del ferrocarril, que como en tantos lugares llevó el nombre del propietario (o propietaria) de los campos.

Según se señala en el “Índice sintético de la toponimia entrerriana”, de Bourlot y Bertolini, el nombre de la estación de trenes (Estación Viale) “se corresponde con Victorino Viale o Julia del Carril de Viale”, que cedió los terrenos destinados a la parada ferroviaria –ramal Crespo-Hasenkamp- y a otros edificios públicos.

A esta comarca ubicada a unos 50 kilómetros de la capital provincial llegó el abuelo que también se llamaba Carlos, luego de desembarcar cuando despuntaba el siglo XIX y trabajar primero en el tendido de las vías en la zona de Esperanza, en la provincia de Santa Fe. Allí, donde surgió la Colonia Agrícola santafesina que discute con la entrerriana Villa Urquiza cuál fue la primera del país, nació en 1915 Alejandro Winderholler, fundador del almacén y padre de nuestro entrevistado.

“El abuelo trabajó muy duro con los ingleses en el ferrocarril. Después se quiso volver a Alemania en 1917, pero estaba la guerra en Europa y no pudo, así que juntó la familia y con un amigo alemán se vinieron a trabajar en campos en la zona de Aldea Merou, donde había muchos hombres y mujeres del mismo origen” señala el nieto sobre una de las zonas de Entre Ríos en las que se asentaron algunas de las familias llegadas desde las riberas del río Volga, en la lejana Rusia. Don Pedro Merou fue uno de aquellos primeros emprendedores inmigrantes que se estableció en el lejano 1886, y el poblado lo reconoció llevando con orgullo su nombre.

El almacenero sigue despachando mientras charla, siempre detrás de ese mostrador de granito testigo de la historia del viejo comercio y de la vida de la ciudad. “Viale, en los primeros tiempo era de la vía para acá, ahora es de la vía para allá” dice y señala hacia el este, donde la ciudad va creciendo en su urbanización mientras recibe a un vendedor que le trae unos sándwich de miga mixtos: “Es para el almuerzo con mi esposa” dice con ese acento típico de los descendientes de esta colectividad tan progresista.

Aquellos años ‘60

“Antes se compraba huevo, gallinas, pavos, gansos, la gente de campo venía y pagaba con su producción la mercadería” señala el comerciante, una suerte de trueque virtuoso que fue quedando en el tiempo. Una heladera de cuatro puertas y el sector de bebidas espirituosas nos recuerdan que “lo de Vinderoler” es también un bar, además de un almacén muy surtido y un bazar con todo lo que se pueda necesitar.

“Siempre fue despacho de copas y almacén, pero en el horario de comercio y hasta el día de hoy, se toma aperitivo o un refresco, cerveza, pero la gente de antes, los jóvenes no vienen a estos boliches” relata detrás de la balanza, subrayando ante la consulta que “nunca se jugó a los naipes, a mi padre no le gustaba y a mí tampoco esas cosas raras” aclara.

Este 30 de diciembre el almacenero vialense cumplió 78 años, tiempo más que suficiente para conocer el pueblo de calles de tierra y gente en carro, sulkys o a caballo llegando al boliche con los cajones de huevo para trocar por mercadería, y la actual, una ciudad activa y con ritmo propio. “Extraño mucho aquellos tiempos, había otros valores, la gente tenía palabra”, dice con nostalgia.

Los recuerdos siguen: “La gente recorría 9 a 10 leguas en los alrededores de Viale para venir. Llegaban a buscar mercaderías, traían huevos o pollos y gallinas, y se arreglaba, todo salía de la producción. Nosotros vendíamos también alimento balanceado, afrechillo o carneharina como le decían antes. También con lo que trabajaban en los gallineros la gente pagaba el combustible en la estación de servicio. Todo era así, clarito” sugiere, de un tiempo, usos y costumbres que ya no volverán.

No hay más libreta para clientes en el almacén, “lo que había era una boleta donde anotábamos lo que se llevaba, y nunca hubo problemas con el pago. Hoy eso no existe más” resalta y admite que no es amigo de la bancarización, las tarjetas o pagos electrónicos: “Compro con plata, vendo con plata” sintetiza.

Creado en 1938 por aquellos inmigrantes que cruzaron los mares detrás de una esperanza, el viejo boliche de los Winderholler permanece de pie y conservando trazos de aquellos almacenes de ramos generales, donde las familias del pueblo y del campo se surtían de todo un poco, donde se tomaba una copa y, nos imaginamos, se brindaba por un país que los cobijó y por un futuro de esperanza y trabajo.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

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