Pampa Azul es un establecimiento vitivinícola de Concordia donde producen vinos en un ambiente que expresa y rescata el poderoso pasado productivo de la región en materia de viñedos. Campo en Acción visitó el lugar donde el monte nativo mantiene su exuberancia y las uvas crecen en armonía con el entorno.
Marta de Pedro está a cargo de la chacra que da su nombre a la conjunción de la denominación del mítico camino Pampa Soler, tradicional entre los concordienses y el Paraje Azul. La historia contada por la propietaria da cuenta que en ese espacio entrerriano ubicado entre los saltos Grande y Chico, echó a andar la actividad frutícola provincial hace ya tiempo. De Pedro preserva y abona el concepto filosófico que propone saber de dónde se viene para entender el presente y el rumbo a encarar de cara al futuro.
Casi casi como en una clase, que bien podría darse en cualquier escuela, contó que sus tierras son un pedacito de los campos que pertenecieron al general Justo José Urquiza y que heredó su hija Flora, quién junto a Gregorio Soler dio el puntapié inicial hace ya unos 140 años al cultivo de viñedos, olivos y frutales de carozo.
Los límites comprendían desde el Arroyo Yuquerí Grande al Arroyo Ayuí Grande. Aportó De Pedro que Soler puso a producir 70 hectáreas con vides de distintas cepas, generando la base de la vitivinicultura entrerriana.
“Tenemos un apeadero cerca de la casona de Urquiza y esta era la base frutícola de Soler. La extensión completa que hereda Flora es similar al departamento Concordia y la franja que mira al río Uruguay ellos la llaman establecimiento Bella Vista, que es donde ahora estoy yo” relata la mujer.
Casi como una necesidad aportó que ella está en el lugar como desenlace de una decisión que su abuelo tomó al despuntar los años de la década del 40. Español, original de Burgos, al hombre lo sorprende en Concordia una sublevación militar de las tantas que arreciaron con la vida institucional Argentina en el siglo XX y terminó quedándose en Bella Vista para sacar adelante una explotación de cultivo e industrialización de olivo.
Al fundamentar la elección propia de permanecer en un ambiente natural al que le sumaron las uvas, especificó: “Soler nos reveló la gesta vitivinícola de Entre Ríos en el siglo XIX. Entendí que el viñedo concentra nuestro mejor terroir (refiere a un espacio sobre el cual se desarrolla un saber colectivo de las interacciones entre un medio físico y biológico), incorporamos los saberes del monte, la fauna, la flora, la selva en galería. De aquella vid de Soler y Flora no quedó nada, y la estamos recuperando. No he encontrado otro producto que tenga, paso a paso, tanta riqueza”.
En ese marco se entiende que haya encarado la producción de vinos desde la perspectiva de la recuperación histórica. Sucede que el pasado y el presente se dan la mano al determinar que la información lograda por Soler y los expertos que en su momento contrató, definieron que en la Costa del Uruguay hay suelos aptos para producir casi 50 cepas y que la mejor adaptada era la tannat, de origen francés. Luego vino la feroz censura a la región para hacer vino, favoreciendo a Cuyo y los viñedos entrerrianos cayeron en el olvido.
“Toda esa información que viene de hace más de un siglo nos da una pauta de que esta zona se puede recuperar si rescatamos la cultura. Tenemos ese ADN, lo que implica decir que estamos llenos de experiencia” sentenció.
Hoy en día la mujer se retroalimenta con el aporte de profesionales que llegan de todas partes, pero, a juzgar por el tenor de sus palabras, los que adora son los de la tecnicatura de Enología y Fruticultura, con quienes se ayudan mutuamente para saber más de la actividad. También a los expertos del INTA les tiende la mano.
“A Pampa Azul lo consideramos un establecimiento experimental” aseguró como para poner contexto al relato. Por caso, desde la organización ecológica Luz del Ibirá trabajan en clasificación de especies, ponen en valor la selva en galería y hacen senderismo. Además, técnicos en Turismo hacen paseos guiados interpretativos.
“El difícil tomar decisiones mirando solo el bolsillo o considerando el interés personal. Yo entré en la senda del bien común, y eso es, como me dijo una amiga, un camino sin regreso”.
La cita viene a cuento de su determinación para dejar virgen el monte entre los saltos Grande y Chico: “Acá tenemos algo genuino, en otros lugares se devastó el ambiente por exceso de agua, gente o, lo que sea. Siento que damos un servicio ambiental. Los que tenemos suelos con estas características tenemos un deber, nos cambia la forma de pensar”.
Ponderó que la misión es “concientizar a los concordienses sobre saberes que se perdieron, hay que hilvanarlos para comprender nuestras huellas. Toda comunidad debe crecer sólida desde sus cimientos”.
Detalles de la producción
Mariana Fernández Preisegger asesora a De Pedro en la planificación del viñedo, diseñar la vendimia y preparar la cosecha, que sucede entre enero y febrero.
Dijo a Campo en Acción que el rescate productivo empezó en 2012 y que cuentan con más de 12 variedades como tannat, cabernet, malbec y moscatel, entre otras. En total suman unas 4.000 plantas que se expanden en alrededor de una hectárea.
Para preservar la sanidad del establecimiento aplican bioinsumos elaborados incluso por ellos mismos ya que el objetivo es obtener certificación de producción orgánica. Y con desechos como las pepitas y el hollejo emprenden la producción de aceite y harina, respectivamente.
“La producción es totalmente artesanal y la cantidad de botellas logradas es muy limitada por ahora, así que la cata es exclusiva. Estamos en el camino de obtener una mayor producción para poder comercializar” dijo Preiseggger y avisó que hay más: “También desarrollamos productos espumantes ancestrales hechos con uvas entrerrianas, para que se pueda descorchar en carnaval”.
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