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Mis nonos maternos, dos inmigrantes en Aldea Brasilera

Juana Brígida Bahl y Guillermo Spahn vistos por su nieta Valeria Ruhl.
Juana Brígida Bahl y Guillermo Spahn vistos por su nieta Valeria Ruhl.
20/09/2024 18:55 hs

Juana y Guillermo son mis nonos, abuelos maternos, descendientes de alemanes. Sus bisabuelos migraron desde Alemania hasta Aldea Brasilera. Cuando ellos llegaron, construyeron las primeras casas en la Aldea, eran las primeras cinco o seis. Luego se continuó poblando.

El idioma alemán se sostuvo hasta la generación de mi mamá y mis tíos, que ellos aún entienden, pero no lo hablan.

Este articulo intenta dar a conocer algunos datos de su vida, que hoy no están plasmado en fotos, sino en recuerdos.

Quisiera que las generaciones venideras puedan leer, conocer y entender su forma de vida, tareas en el campo de mucha entrega, sacrificio y perseverancia. Ellos resumen mi infancia: comida casera, recolección de huevos, cuidado de los animales, aventuras en el corral de los chanchos, montura de caballos, las madrugadas en el tambo, el palomar, el molino, los cercos, el agua de pozo.

Innumerables vivencias y recuerdos que siempre quedarán grabados en mi corazón, porque afirmo y sostengo que los niños que hemos crecido con ese contacto con la naturaleza, los animales y la vida del campo, tendremos otras herramientas para poder mirar y transitar el mundo.

Juana

Mi abuela materna se llama Juana Brígida Bahl, actualmente tiene 79 años. Ella nació en Aldea Brasilera el 7 de julio de 1.945, hija de Perpetua Senger y Jorge Bahl, le decían “el gordo”. Nació en su casa, acompañada de una partera. Es segunda de seis hermanos.

Su abuela Ana vivía en Aldea San Rafael, era un viaje en carro de cuatro horas desde Brasilera hasta allí. Ir a visitarlos era una fiesta, los esperaban con lechones, “tinekugen” (torta alemana).

Juana, siendo una niña, a los cinco años se fue a Aldea San Rafael a vivir y hacer compañía sus abuelos. La casa de sus abuelos tenia cinco habitaciones, un baño y una galería grande. Tenían vacas y ordeñaban. Juntaban huevos, cargaban en cajas atrás del carro y salían a la ciudad de Crespo a vender para luego poder hacer las compras.

Utilizaban como medio de comunicación la carta y sino directamente la visita.

Luego regresó para ir a la escuela. Sus estudios culminaron en tercer grado. Iba a la escuela a caballo, se llamaba “petiso”. De las maestras se acuerda de Rosalía y Eli, jugaban al huevo podrido. Utilizaban el libro “Paso a paso” y estudiaban versos: “25 de mayo, semana de mayo, semana bendita. A un país muy bello, tú me diste la vida y yo soy la niña de este país, lleno de luz y lleno de paz”.

Para marcar el recreo sonaba una campana, llevaba lápices de colores. También tenían una huerta donde sembraban lechuga y zanahoria.

Además de la escuela, ayudaba en las tareas del campo: buscar vacas, ensillar animales, pasar la rastra, entre otros. Los juegos que recuerda de niña son caballitos con palitos y barro.

Ella recuerda que su mamá cocinaba todos los días y su comida preferida eran los ñoquis. Las bolsas de harina eran de 70khg y venían en bolsas de tela, que las reciclaban para utilizarlas como fundas de almohadas.

Otras comidas típicas alemanas que ella aprendió son: Suppe (sopa), Filsen (budín de pan), fideos caseros, Kleis (ñoquis), maultarsh, Kreppel (pastelitos), Ter kreppel (torta frita), Strudel, Pirock, Sauerkraut (repollo agrio).

Guillermo

Mi abuelo materno se llama Guillermo Spahn, actualmente tiene 79 años. El nació en Aldea Brasilera el 1 de julio de 1.945, hijo de Paulina Shunk y Guillermo Spahn, a quien le decíamos “nono Palo”, porque siempre caminaba con un la ayuda de un palo. Vivian en Aldea Brasilera con sus bisabuelos Santiago Spahn y Catalina Somer.

A mi abuelo le decimos “Gringo” apodo que le puso de niño, su abuelo, por ser su primer nieto varón. A los cinco años ya se subía al caballo para juntar y arrear las vacas.

Por temas de salud, sus abuelos Santiago y Catalina quedaron viviendo en Aldea Brasilera.

Gringo junto a sus dos hermanas y sus papás se fueron a vivir en una casita que construyeron en los campos de sus abuelos. Recuerda juegos de su niñez como: pocitos de barro y agua, caballitos de palo y huesos, corralitos.

Iba a la escuela en un caballo viejo y le puso de nombre “Saipe”. Aprendió la tabla de multiplicar hasta el 10, escribían en letra cursiva y la maestra escribía en el pizarrón: “ala, uva, nene, sala”. Tenía lápices de colores en una cajita y un solo cuaderno. Si por alguna razón no llegaban a copiar todo, la maestra los dejaba sin recreo, parados en el patio mirando la pared. El nono recuera que su maestra “era bravísima”.

También recuerda la pobreza en la que vivían y las necesidades que pasaban, hacían huerta y comían medio kilo de carne día por medio. Tenían siete vacas y tambo, caballos, siete chanchos y una gallina. La casa era un rancho a dos aguas y una resolana: “afuera llovía y adentro corría el agua” comentó. La casa no tenía baño.

De a poco, pudieron ir construyendo, cambiaron el techo e hicieron más habitaciones. Cuando cumplió 14 años, sus papás le regalaron una bicicleta que para él fue, su nuevo caballo, todas las tareas del campo las hacia con la bici.

Una vida juntos

El nono Gringo y la nona Juana, fueron juntos a la escuela y se conocían por ser vecinos del campo, fueron novios por cuatro años y sus visitas eran los domingos. Generalmente el nono la visitaba a ella y se quedaba hasta que oscurecía. Cuando iba, esa visita era para realizar tareas en el campo y ayudar, no recuerdan haber ido a fiestas o compartir algún tipo de evento en particular.

Se casaron el 20 de abril de 1968, los dos con 22 años, en Aldea Brasilera. La fiesta se hizo en el campo del nono, eran 140 invitados. Comieron lechón, papa, ensaladas varias, colaboraban entre todos. Había comidas típicas como “tinekugen” (torta rusa), alfajores de amoniaco y vino un músico “Alonso Domínguez” que tocaba el acordeón y unos vals.

Dese ese día, se quedaron a vivir en el campo del nono y al otro día se levantaron a ordeñar y comenzar todas las tareas: pasar la rastra, arar, cuidar los animales.

En el año 70, compraron un auto Chevrolet 40 y con 24 años el nono aprendió a manejar solo por el campo: “Va vuelta nomas” dijo. El dueño era de Crespo y recuerda que viajaban todos los años para pagar la patente.

Tuvo un tractor “Hanomag” 35 sin techo y más adelante otro tractor “Hanomag” 70 con techo, utilizados para todas las tareas del campo. El Chevrolet luego quedó en deshuso y lo utilizábamos las nietas y nietos para jugar. Tuvieron otro auto: un falcon.

Tuvieron cuatro hijos: tres mujeres y un varón, fueron cuatro partos de manera natural en el hospital de Diamante y a sus nombres se los ponían en el momento de nacer. No había controles de maternidad durante los embarazos, solo recuerda análisis en el último mes. Mi abuela se internaba sola, viajaba en cole a Diamante y volvía al otro día.

Mi mamá, Marisa, cuando comenzó la escuela iba acompañada de mi abuelo y se turnaban con un vecino Pascal para ir en sulky. Había días de inasistencias también cuando llovía mucho y cuando se quedaban a ayudar en el campo.

Además de ocuparse de las tareas del campo, mi nona cuidaba a sus hijos, cocinaba y también atendía a sus suegros (nona Paula y nono Palo). Luego mis bisabuelos paternos se fueron a vivir a Aldea Brasilera, construyeron una casita en terreno materno de Juana.

Su historia de vida continúa… hoy hay nietos y bisnietos que han crecido entre vacas y chanchos, que son y somos testigos de una vida dura, que solo conocía de trabajar desde niños, quizás como juego para ellos, pero que necesitaba de su esfuerzo físico en cada tarea.

Solo puedo agradecer desde mi lugar, por la herencia infinita en valores que me han dejado, de tomar coraje y sacar fuerzas estando lejos de todo y todos, de la grandeza en sus corazones ayudando a los vecinos de los otros campos a ordeñar, a sembrar y cosechar sin pedir ni recibir nada a cambio.

Me han enseñado la humildad y la sencillez de mirar un atardecer y contemplarlo, de encontrar la felicidad un domingo de Pascua todos reunidos. A tener paciencia pasando toda una mañana en el cruce de ruta esperando que pase el lechero. Sé que el trabajo bien hecho y desde el corazón tiene su recompensa cuando se va el sol y los animales bajan solos la loma, se meten solos al gallinero y no entran al corral si el señor de la casa no está presente.

Me han transmitido sabiduría sobre las estaciones del año, los puntos cardinales, los tipos de viento, la poda de los árboles y los granos de la cosecha. Supe de adrenalina cuando poniendo el tractor en punto muerto yo solo debía dirigir el volante, mientras el nono en el carro de atrás iba repartiendo pasto.

Yo viví el compromiso y responsabilidad, que así sea con lluvia y el camino se ponía peligroso, subíamos al carro, nos tapábamos con plásticos y bolsas en los pies, para entregar la leche y los pedidos de “tinekugen “en la aldea.

Soy testigo de que el trabajo del campo no tiene precio, que tampoco es remunerado, que solo es para guapos que se animen y quieran tener una vida plena, con maravillas y controversias, con días negros y días de luz. La vida del campo, la vida mis nonos, mi vida en la de ellos es de puro exceso: exceso de admiración, de orgullo y de una gran historia.

¡Gracias a mis abuelos por su testimonio de vida! Gracias por la vida de mi mamá y por permitir que mi vida sea diferente por ser parte de la de ellos.

Nota:

Artículo dedicado a “Marisa” (por abreviación de María Isabel).

Ella es mi mamá, hija mayor de mis nonos, ejemplo de fortaleza, de generosidad, de resiliencia y sobre todo de entrega incondicional de amor.

Mujer que donde va deja huellas imborrables, huellas que pisaron caminos con pastizales, a veces caminos con pedregullos, muchos más con

espinas, a veces más anchos y otras más estrechos. Caminos que tuvieron un punto de partida, que sufrió transformaciones en su andar y hoy dan cuenta de su vida.

Autor: Valeria Ruhl
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