Los antiguos almacenes de campo son un emblema de la ruralidad de Entre Ríos. No quedan muchos, pero los que desafían el inexorable paso de los años con sus puertas abiertas conservan la magia de una foto en sepia, de un tiempo pretérito. Así es “Los Kicos”, el antiguo almacén de la Colonia Cerrito. El palenque para atar el zaino, sus amplios mostradores y estanterías empotradas, una copa servida y en la mesa los naipes que invitan a un truco. Los condimentos necesarios para realizar una parada inevitable al final de una jornada de trabajo, o antes de continuar hacia algún destino sobre la ribera del Paraná.
Almacén y Bar “Los Kicos” de Aquiles Cislaghi. Así reza el amplio cartel con letras fileteadas sobre la puerta. Abierto desde la década del ‘40, sigue siendo el punto de encuentro de muchos pobladores de Colonia Cerrito y de la cercana Antonio Tomás, pero también para quienes recorren la ruta 8 que une la localidad de Cerrito con Hernandarias, rumbo al río Paraná.
“Ya los grandes almacenes de la costa han desaparecido, no quedó ni uno, nosotros resistimos”, le cuenta a Campo en Acción el titular de “Los Kicos”, don Aquiles Cislaghi. La costa cercana del Paraná, las localidades vecinas de Pueblo Brugo y Puerto Curtiembre supieron de épocas de esplendor, cuando el transporte por el río Paraná llevaba la totalidad de la producción de la zona, derramando trabajo para numerosas familias que se abastecían en los almacenes de ramos generales del lugar. Tiempos pasados de vías férreas y comunicación fluvial que difícilmente puedan volver, aplastados por la ruta, el colectivo y miles de camiones que cargan todo el cereal, todo el ganado.
Una esquina y dos caminos de pura tierra en medio del campo. El comercio fue fundado por la familia Gazzano en la década del ’40. “El Ciclón”, así se llamaba y fue uno de los principales almacenes de ramos generales, cuando la actividad económica y la población rural eran clara mayoría tierra adentro en la provincia, y también en esta zona. Años después tomaría la posta del establecimiento la familia de Pedro Sasia, hasta que deciden venderlo -en el año 1982- a don Aquiles Cislaghi, quien junto a su esposa Sara Machado continúan la historia del almacén, y lo renombran “Los Kicos”.
“Cuidaba el campo de un cuñado aquí cerca. Tenía unos pesos que fui ahorrando, y cuando me lo ofrecieron los invertí en la compra del almacén” recuerda. Ya jubilado y con 77 años, los últimos 38 los ha pasado detrás del amplio mostrador donde atienden -junto a doña Sara- a los parroquianos.
“Vendíamos de todo, siempre fue de ramos generales. De los tiempos en que se compraban bolsas de 50 kilos de azúcar, fideos, café o yerba y se fraccionaban a pedido del cliente, entre tantos artículos”. Épocas de libretas para anotar lo que se llevaba, cuando la palabra era un pagaré que vencía a fin de mes o cuando se vendía la cosecha. “Quedan algunas medias amarillentas de recuerdo por ahí, seguro se han olvidado de venir” ríe don Aquiles.
Hoy, la cercanía con Hernandarias o Cerrito, localidades con supermercados de amplia variedad de productos, obligó al viejo almacén de ramos generales a tener lo justo y necesario en alimentos, y ser más despacho de bebidas que un clásico ramos generales.
Aunque curiosamente no integra ningún circuito turístico, Los Kicos tiene público internacional. “Por acá cerca hay un establecimiento rural – Estancia Los Laureles- al que vienen turistas extranjeros, la mayoría norteamericanos. Les gusta venir y tomarse una cerveza junto con una picada al final del día de cacería” cuenta don Aquiles.
Ubicado en esas esquinas típicas del campo, el edificio es una antigua casona con frondosa arboleda y con el palenque reglamentario para atar los caballos. Todo se conserva casi inmaculado. Anchos mostradores de madera para la copa de vino, o un whiskey y la picada; estanterías donde se destacan las bebidas que ofrece el bar, una enorme heladera que conserva bien fría las cervezas, vinos y vermú. Entre medio de todo, una suerte de altar con un par de trofeos glorifica hazañas deportivas del equipo de fútbol de la Colonia y, también, un pasado memorable y que llena de sano orgullo a don Aquiles, en su paso por canchas de bochas de la región donde fue un frecuente ganador.
Pero hay algo más que es intangible y que atesora el tradicional establecimiento. Es el alma que campea, la esencia de estos pocos espacios rurales que van quedando en el interior provincial: Ese espíritu sagrado que es inescindible de una voluntad inquebrantable, la de quienes sostienen de pie los viejos almacenes de la Entre Ríos más profunda.
Los rituales del bar
La copa en el atardecer de cada día es un momento litúrgico, de resistencia que se repite en estas pequeñas comunidades. Acá no hay “Zoom”, es un encuentro con la palabra, donde el peón rural, el patrón y el vecino comparten un trago y si pinta, una o varias partidas de truco, el deporte nacional en el boliche. Clima, mercados, marcha de los cultivos o el rinde de la cosecha reciente está al tope de estos conversatorios cotidianos por sobre la política partidaria. Todos se conocen el “pelaje” y nadie siembra “cizaña”, una manera de convivir.
Para los que no conocen la zona Colonia Cerrito es pura ganadería y agricultura en sus ondulados campos, pero también apicultura en los montes que van quedando. La intensa actividad productiva es la marca registrada de esta región entrerriana, poblada por familias alemanas, francesas, italianas, belgas, austriacas, suizas y eslovenas, que llegaron a Puerto Curtiembre de la mano de la empresa “La Colonizadora Argentina” en el lejano 1882. Y el almacén y bar de Cislaghi es la síntesis de aquel espíritu inmigrante que perdura hasta hoy.
Cómo llegar a Los Kicos
Desde la capital provincial por la Ruta Nacional N° 12 hasta la localidad de Cerrito. Desde allí por la ruta 8, la que va hacia Hernandarias. En el kilómetro 12, doblar a la derecha y recorrer 100 metros para llegar al Almacén y Bar de Aquiles Cislaghi.
Con dos hijas, Alicia y Sandra, y su hijo Víctor (preside la junta de gobierno del lugar), más nietos y nietas -todos viviendo muy cerca-, el Almacén y Bar de Cislaghi se garantiza seguir abierto y resistiendo el paso del tiempo en esa esquina que le da singularidad a Colonia Cerrito. Continuará convocando en cada atardecer a los parroquianos que compartirán una copa o una partida de naipes, se contarán anécdotas del trabajo cotidiano, de lo que dijo la radio o el pronóstico meteorológico, del avance de la siembra o de los resultados de la cosecha, mientras apuran el último trago porque el día se despide y los grillos hace rato que comenzaron a cantar.
Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción
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