El propietario, de 62 años, sobrevive con su modesto boliche de campo. Atiende a la poca gente que vive en la zona y a vecinos que van a pescar en el Paso de Muller. En mejores tiempos supo tener carnicería, ramos generales y despacho de bebida. Hoy su fuerte es el almacén y algo de carne. A su trabajo de comerciante le agregó el de cuidar y recorrer campos para llegar a fin de mes.
El hombre ha pasado la mayor parte de su vida detrás del mostrador del comercio que se encuentra a 17 kilómetros de la ciudad y a uno del Arroyo “El Sauce” que era atravesado por un puente de material que se derrumbó- cedió una de sus cabeceras- en enero del 2014. La vía de comunicación, antes era el viejo camino a Buenos Aires, supo tener mucho tránsito de productores que pasaban con sus vehículos, implementos agrícolas, hacienda en camiones jaulas, o por arreo. En definitiva el típico movimiento que se observa en el campo, con la particularidad de que la zona se encuentra un punto estratégico para la comunicación entre Perdices, Costa Uruguay y otras zonas rurales. Comunicación que se cortó abruptamente cuando se derrumbó el puente sobre el Paso de Muller, transformándose el camino en una senda.
Urán que en tiempos mejores supo faenar, despostar y vender 7 animales por semana, hoy, después de cerrar hace unos años el matadero, comercializa, con mucha suerte, media res en poco más de una semana. Cuenta que “cuando comenzamos vendíamos mucha carne a gente de la zona y a vecinos de Gualeguaychú que venían a comprarnos porque sabían que se trataba de carne fresca provenientes de animales criados a campo. Hace algunos años-sigue-la historia comenzó a cambiar. Los chicos crecieron, se hicieron hombres y se fueron en búsqueda de mejores horizontes, entre ellos mis hijos. Uno de ellos trabaja en una automotriz en Zárate, y una hija es docente en Gualeguaychú.”
Contó que la caída del puente provocó que las “ventas bajaran considerablemente, aunque en lo que va de la pandemia, al ser el único boliche en la zona, trabajé con la poca gente que va quedando en la zona, empleados rurales, productores y gente de barrios que se encuentran cerca, máxime cuando llueve y no pueden ir al pueblo” detalla y acota que “entre todos nos ayudamos en tiempos, como los que nos tocan vivir, muy complejos”.
Señaló que antes de que se cayera el puente, pasaban, en una jornada, entre 20 y 30 personas, que “siempre compraban alimentos, gaseosas, llevaban una garrafa, lo que fuera necesario; mientras que ahora ese número bajó drásticamente, razón por la que tengo que rebuscármela con otros trabajos”.
Contó que se levanta a las seis de la mañana, y que en ocasiones viaja a la ciudad a realizar algún trámite o compra. Entonces vuelve y abre a las nueve, para cerrar cerca de la una de la tarde. “Después recorro un par de campos que tengo a mi cuidado acá cerca, para regresar y reabrir las puertas del local a las tres de la tarde aproximadamente hasta las nueve e inclusive diez de la noche en verano, y un poco más temprano en invierno”, acotó.
Dijo que el derrumbe del puente le cambió la vida en varios aspectos. Uno de ellos es la comunicación con la ciudad. Cuando estaba el puente, hacía diez kilómetros y llegaba a la Ruta 14, transitando un camino de tierra y arena que cuando llueve se puede transitar, no así el que sale al Arroyo del Cura que en tramos se torna intransitable.
“Tiempo atrás me alcanzaba bien con lo que comercializaba en el almacén y con las cinco hectáreas de mi propiedad, donde tengo algunas ovejas y vacas. Con eso vivía bien, pero la rotura del puente y la poca gente que pasa, tuve que agregar algunas cosas, como el ya mencionado cuidado de algunos campos para llegar a fin de mes. La vida en el campo no la cambio, y si bien estoy solo, uno se acostumbra a la soledad, especialmente a la noche, porque durante el día, alguien se acerca a comprar y siempre surge una conversación”, concluyó.
Fabián Miró / Especial / El Día de Gualeguaychú
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