El viejo boliche está sobre la ruta nacional 127, a poco más de 20 kilómetros de Bovril. Testigo estoico de un campo poblado por cientos de colonos que labraban la tierra, ha resistido a los cambios en el tiempo y sigue ofreciendo sus servicios a la familia rural de Mojones Norte, en el departamento entrerriano de Villaguay.
“El negocio lo comenzó en 1954 Fernando Rausch, mi padre, que tenía su vivienda cerca de las vías del ferrocarril. Se le ocurrió hacer un bolicho para todos los habitantes de la colonia” nos cuenta Héctor.
Hay que imaginarse aquella tierra poblada por familias de inmigrantes, muchos judíos, muchos alemanes como los Rausch, que fueron ocupando pequeñas parcelas, pocas hectáreas que se otorgaban desde el Consejo Agrario Nacional a particulares que debían “colonizar” aquellas parcelas.
“La ruta 127 no existía, todo era tierra” indica el hombre, quien junto a su hijo y el nieto perseveran con el negocio casi 70 años después de su apertura. “Eran tiempos de mucha población rural, en la zona cerca de Bovril, pero muchos terminaron migrando a la ciudad” señala.
El almacén está en Colonia Adivinos, a 123 kilómetros de Paraná, la capital entrerriana, y sobre una ruta que alguna vez fue –lo sigue siendo, pero en menor medida- una arteria central en las comunicaciones provinciales. “Nosotros estamos en el departamento Villaguay, del otro lado de la ruta es La Paz”. El pavimento y muy cerca las vías del tren, complementándose, para transportar a la gente y a la producción de toda la zona norte de la provincia, uniendo parajes, pueblos y ciudades en una ecuación virtuosa que generaba las condiciones para la vida y la actividad económica.
Para los Rauch, familia de inmigrantes lo principal fue la siembra, la agricultura. “Todas las familias tenían sus vaquitas, sacaban leche. Tenían su huerta con batata, cebolla, zapallo, lo que se consumía. Las gallinas ponían huevos que era moneda de cambio en el pueblo por alimentos como fideos, azúcar, aceite” recuerda.
Comedor y pista Rausch, indica el mapa del buscador Google, una suerte de añoranza de aquellos tiempos donde los colectivos paraban y los pasajeros descendían, donde las fiestas y encuentros tenían al almacén como el ámbito insoslayable de reunión para las familias de la colonia, aunque hoy esa referencia ya no es tal. No por el almacén, que sigue estando allí, en el mismo lugar, pero el despoblamiento rural hizo que aquellas “juntadas” fueron disminuyendo cada vez más. “Mucha gente se fue en distintas etapas del campo” subraya Héctor Rausch.
El ripio
La “127” siempre fue muy transitada. Une Paraná con Paso de los Libres, desde donde se cruza el río Uruguay hacia Uruguayana, en el Brasil. “Se fue asfaltando por tramos. Mucho tiempo sólo hubo un asfalto desde la capital hasta El Pingo, camino de tierra hasta acá y Federal, donde arrancaba un ripio hacia el norte” recuerda el almacenero. Los vehículos circulaban con protectores en sus parabrisas, una suerte de malla de alambres para evitar que las piedras hicieran añicos los vidrios de los autos. “Acá había mucho movimiento. Las líneas de transporte paraban en el boliche, donde se almorzaba o cenaba. Ahora los pasajeros comen arriba de los micros” cuenta y se ríe Héctor.
El frente del almacén, a unos 50 metros del camino, tiene una frondosa arboleda, con algún eucaliptus y también las autóctonas Yatay. Una vereda ancha al frente y dos puertas de aluminio indican el ingreso. En su interior, exhibidoras donde se enfrían las bebidas, un mostrador heladera y una foto en la pared que recuerda que alguna vez también se despachaba combustible en lo de Rausch, como en la mayoría de los almacenes que tenían ese servicio esencial, que evitaba recorrer muchos kilómetros para cargar nafta o gasoil. Un servicio que ya no se brinda más.
En las estanterías descansan las botellas de ginebra Llave, aperitivo Mariposa o Yatay, el popular Fernet, coñac Otard Dupuy, whisky Blenders o el clásico Old Smugller para los que gustan de bebidas más fuertes en los rituales encuentros al final de la jornada de trabajo.
“Tenemos la escuela en frente. Mi padre donó un par de hectáreas y la construyeron ahí, porque antes estaba en el interior de la colonia” señala con orgullo Héctor, que agrega el recuerdo de “las fiestas, reuniones, bailes en tiempo de faroles porque no había electricidad. Siempre con orquestas de Bovril”.
El enorme patio de cemento, las mesas y un sector elevado como escenario para las orquestas sigue estando allí, bajo los añosos árboles, como en una muy larga pausa. Nos imaginamos los faroles iluminando la pista, esperando que suenen los acordes musicales y las primeras parejas salgan a bailar. “Teníamos una suerte de competencia con los bailables de Rabbia hermanos, en Cerrito, para ver quien convocaba más gente”, indica con nostalgia.
El apeadero Primer Congreso
El tren marcó la historia de muchos pueblos y regiones de la Argentina, y también el cierre de ramales signó la interminable decadencia y desaparición de muchas localidades. Entre Ríos no fue la excepción, con vías férreas que cruzaban (aún están, aunque es difícil visualizarlas por la maleza que ha crecido tapando todos los rieles) el territorio en todas las direcciones, transportando pasajeros y producción, uniendo zonas despobladas, campos ricos, con los puertos.
“No recuerdo bien, pero fue en la época del señor Menem que dejó de pasar el tren” memora Rausch. La década de los ’90 marcó el fin de los ferrocarriles en la mayor parte de la Argentina. “Paraba mucha gente, que bajaba en el apeadero Primer Congreso. Se embarcaba la leche que iba a Federal y también a Concordia”. Desde la capital del chamamé entrerriano les enviaban los tachos para que los lecheros de Mojones cargaran la producción de los tambos.
A pocos kilómetros del almacén de los Rausch y del viejo apeadero Primer Congreso está el cruce de la 127 con la ruta provincial 6, una lengua de asfalto que recorre el centro de la provincia, desde La Paz hasta su encuentro con la ruta nacional 12, entre Rosario del Tala y Lucas González, siguiendo su trazado hasta Gualeguay pero ya como “12”.
“Todo indicaba que la ruta 6 tenía que recorrer el camino que está acá, pegado al almacén, pero parece que la hicieron pasar cerca de los campos de unos milicos que tenían campos por Mojones Sur y Norte, y la corrieron un poco” dice risueño.
Héctor Fernando es el hijo y junto a Nahuel, su sobrino -también mecánico de maquinarias agrícolas-, asumen la continuidad de la historia del viejo almacén de los Rausch. “Somos la tercera generación del boliche fundado por el abuelo en los años ’50. Hoy brindamos un servicio de sándwich y alguna comida rápida, ya no anda mucha gente” señala.
Con pocos habitantes en la colonia, el almacén sigue conservando la razón de ser de estos lugares instalados en el corazón de la Entre Ríos rural. Es el punto de encuentro de la familia que va quedando, que continúa sus labores como productores agropecuarios, del peón que se arrima en el atardecer de todos los días arriba de su caballo para compartir un momento de charla, de intercambio social con los Rausch, mientras una copa se sirve y sella el ritual de estos viejos almacenes del campo profundo, de los pocos que van quedando por estos pagos.
Guido Emilio Ruberto y Miguel Eugenio Ruberto / Campo en Acción
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