Por Ernesto F. Viglizzo (*)
Los compromisos firmados por numerosos países durante la cumbre climática de París en 2015 (llamada COP21), obliga a los mismos a reducir las emisiones de carbono con el fin de mantener la temperatura del planeta por debajo de 1,5°C respecto a la época pre-industrial. Para monitorear el proceso y verificar cumplimientos se estiman las emisiones de cada país a través de procedimientos convencionales desarrollados por el IPCC y otras organizaciones. Se intenta así identificar y cuantificar fuentes de emisión y sumideros que capturan carbono. Sin embargo, estos balances son imperfectos porque maximizan las emisiones y minimizan las capturas de carbono. O sea, cuantifican mejor las emisiones que las capturas, y colocan en desventaja a países que poseen una extensa plataforma de fotosíntesis para tomar carbono de la atmósfera y almacenarlo en biomasa y suelo. Una cuantificación más rigurosa de los sumideros puede modificar drásticamente el balance de carbono de los países y sus inventarios nacionales.
Ha surgido en los últimos años un enfoque novedoso (denominado OCO-2) basado en mediciones satelitales de carbono atmosférico realizadas por satélites de la NASA. Este camino permite medir stocks de carbono, aunque no cuantificar los flujos naturales. OCO-2 debió entonces superar una dificultad: como las moléculas de carbono están en constante movimiento, es difícil rastrearlas y atribuirlas a un país determinado. Para resolver el problema, se recurrió a un modelo matemático complejo (WOMBAT) desarrollado en la Universidad de Wollongong en Australia. Luego, mediante un procedimiento denominado “inversión del flujo” se detectaron cambios terrestres en la biomasa vinculados a las fuentes de emisión y los sumideros de carbono. Los valores, expresados en toneladas de carbono/hectárea/año, son el resultado de computar i) las emisiones de carbono fósil, ii) las emisiones biogénicas debidas al metabolismo animal, la vegetación y los suelos, y iii) las ganancias de carbono en la biomasa. De promediar los datos de cada país entre 2015 y 2020, se generó así un nuevo inventario que surge de aplicar un enfoque y un método distinto. El enfoque convencional mira el problema desde abajo y lo proyecta hacia arriba, y este nuevo enfoque lo mira desde arriba y lo proyecta hacia abajo.
En pocas palabras, OCO-2 captura la dinámica del carbono debida, principalmente, a los pulsos estacionales de vegetación: en otoño-invierno la vegetación decae, se descompone y libera carbono a la atmósfera; en primavera-verano se activa la fotosíntesis, se regenera biomasa y se captura carbono. Ese ciclo, junto a otros factores de emisión, se repite anualmente, aunque con intensidad variable.
Argentina es un país que quema poco combustible fósil en relación a otras economías industriales, y cuenta con una extensa plataforma de fotosíntesis que permite capturar carbono en sus tierras ganaderas y agrícolas.
Analizada desde OCO-2, no debe sorprender que sus balances anuales de carbono sean positivos, y que ello obligue a replantear la elaboración de los inventarios nacionales. En la figura siguiente se resume el procedimiento aplicado. Por un lado, se promedian las emisiones por quema de combustibles fósiles año a año entre 2015 y 2020 (secuencia izquierda), y lo propio ocurre con las capturas de carbono por fotosíntesis y las emisiones biogénicas (secuencia derecha). Al combinar ambas secuencias se genera el gráfico inferior que muestra el balance de carbono de cada país evaluado: en distintas tonalidades de verde aparecen los países que ganan más carbono del que emiten (por ejemplo, la Argentina), y en marrón los países que pierden más carbono del que ganan. Claramente, China y EEUU se destacan por lejos entre los países que más emiten.
Argentina aparece con un balance positivo de carbono durante los seis años evaluados. ¿Podrá sostener en el tiempo esos resultados? Seguramente lo sabremos luego de evaluar la gran sequía que afectó al sector agropecuario durante el período 2022-2023. Pero dado que la mayor parte de las tierras argentinas tienen aptitud ganadera, encontramos en ellas una extensa plataforma de fotosíntesis y captura de carbono. Es uno de los pocos países que, hasta ahora, puede mostrar resultados favorables y se fortalece la hipótesis de que nuestras tierras de pastoreo juegan un rol clave en la economía del carbono del país. No sabemos todavía cómo OCO-2 puede impactar en el cumplimiento de nuestros compromisos nacionales y en el comercio futuro de productos ganaderos, pero puede convertirse en un pasaporte para neutralizar el “Mecanismo de Ajuste de Carbono en Frontera” de la UE, barrera que surge del Pacto Verde Europeo acordado entre los países que integran ese bloque.
(*) Ernesto Viglizzo, ingeniero agrónomo con una extensa trayectoria científica y técnica en instituciones de Argentina, como el CONICET y el INTA, en las cuales ha investigado la relación entre la producción agropecuaria, la ecología y el ambiente.
Nota publicada por Fundación Producir Conservando