Según la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), la superficie agrícola mundial, que abarca aproximadamente un 38% del planeta, juega un papel vital en la alimentación de más de 2.000 millones de personas.
Sin embargo, este suministro se ve amenazado por la creciente degradación de los suelos, especialmente en áreas bajo labranza intensiva.
La evidencia científica ratifica a la siembra directa como una práctica beneficiosa para el ambiente y la productividad agrícola.
Este método rompe la estructura del suelo y lo expone a la erosión y pérdida de nutrientes, comprometiendo su capacidad productiva.
En la otra vereda, la siembra directa propone implantar un cultivo sin labrar la tierra previamente, siendo una alternativa sustentable para cuidar el preciado recurso.
Al no disturbar el suelo, la siembra directa reduce la erosión y pérdida de carbono orgánico del suelo (COS), crucial para mantener su calidad y productividad.
Además, conserva la humedad y promueve la biodiversidad del suelo convirtiéndolo en un verdadero sumidero de carbono, lo que puede contribuir significativamente a mitigar el cambio climático.
Por ese motivo, destacan en Infocampo, instituciones como Aapresid promueven esta tecnología desde hace más de 30 años en Argentina, que hoy abarca el 90% del área sembrada del país.
Desde la entidad se sostiene de forma enérgica los beneficios que redundan de su uso integrado con estrategias, como la cobertura permanente del suelo con diversos cultivos y sus restos (rastrojos), la nutrición balanceada y el manejo integrado de plagas.
Si bien hay varios estudios científicos que dan cuenta de los beneficios de esta tecnología, parece que la SD ha captado el interés de la comunidad científica actual que, dado su potencial para enriquecer los stocks de carbono y nutrientes, la biodiversidad y el rendimiento de cultivos, le ha puesto el foco en numerosos estudios a nivel mundial.
Por ejemplo, un meta-análisis que abarcó numerosos sitios a nivel mundial mostró que la siembra directa aumenta la agregación del suelo, especialmente los macro agregados, que son las unidades funcionales de la estructura física, fundamentales para la estabilización de la materia orgánica.
Además, los autores encontraron que la SD favorece la acumulación de carbono orgánico del suelo (COS) y nitrógeno total.
Otro estudio reciente corroboró que la siembra directa en combinación con cultivos de servicios -sembrados entre cultivos de renta-, mejora el almacenamiento de COS y la respiración del suelo. Esto debido al mayor aporte de biomasa y densidad de raíces, especialmente en la primera capa del suelo.
Por otra parte, la SD puede mejorar la diversidad de la micro biota y fauna del suelo, fundamental en el ciclo de nutrientes y la sostenibilidad agrícola.
Los sistemas de SD a largo plazo se comportan de manera similar a los naturales, estimulando la actividad biológica del suelo y mejorando la productividad de los cultivos.
Por otra parte, un artículo publicado en enero de este año, da cuenta que una mayor diversidad de cultivos bajo este sistema de siembra, aumenta la abundancia de microorganismos y reduce la tasa de descomposición del rastrojo, equilibrando el ecosistema.
Además, en cuanto a los rendimientos, hay trabajos de investigación que señalan que la siembra directa a largo plazo promueve mejoras en la calidad física del suelo y la productividad de los cultivos. Además, los mayores rendimientos refuerzan la viabilidad económica del sistema.
La evidencia científica ratifica a la siembra directa como una práctica beneficiosa para el ambiente y la productividad agrícola. Se resalta su capacidad para reconstituir y recarbonizar los suelos y crear entornos agrícolas equilibrados y resilientes frente al cambio climático.
Todos estos datos marcados en este artículo, la consolida como la mejor opción para el futuro de la agricultura sostenible, con una clara posibilidad de continuar traspasando fronteras en el mundo.