El Mgs. Diego Blettler, docente e investigador de la facultad, expone, en un artículo de opinión de su autoría, argumentos respecto a la discusión en torno a las pulverizaciones agrícolas.
¿Como debiera afrontarse un proceso decisor en temáticas muy complejas?
En temas multi-dimensionales, como el que nos ocupa, casi todos los actores sociales tienen aportes que realizar, esto es así porque cada quien ve el problema desde ángulos diferentes y las decisiones finales deberían considerar cada uno de los enfoques. Lo antes dicho puede sonar como una verdad de Perogrullo y posiblemente lo sea, es decir un postulado en el que todos estamos de acuerdo, sin embargo considero que es también “la madre del problema” y motor de los disensos… ¿por qué?.
Pienso que el mayor impedimento para arribar a anuencias colectivas, es la sobrevaluación de los argumentos de cada uno de los sectores o artífices intervinientes y eso viene acompañado, las mas de las veces, por la simultánea devaluación de la opinión o perspectiva de los otros, casi como dos caras de la misma moneda. Si tengo en muy alta estima mi modo de pensamiento estaré necesariamente devaluando al del otro cada vez que se confronte con el mío, esto es aplicable a casi todos los ámbitos de pensamiento humano y el tema de las pulverizaciones no escapa a las generales del caso.
Solo es posible concluir asertivamente respecto de algo, cuando se inician las conversaciones libres de prejuicios y con interlocutores que no consideren ganado o perdida la disputa, cualesquiera sean sus resultados. La admisión de esto último podría oficiar de argumento para excluir de la mesa de discusión a todo actor que haya expresado enérgicamente una postura, porque el haber tomado posición o partido por algo, necesariamente le confiere un interés en la imposición de “su verdad”. Es justamente en estas instancias donde los egos cobran un protagonismo peligroso, y muchas veces mayor al solo interés que despierta la causa en cuestión.
Muchos vemos con beneplácito la aceptación mayoritaria de nuestras ideas y no creo que esto este mal “per se”. Considero, sin embargo, que este natural y posiblemente sano sentimiento de afecto hacia nuestros pareceres, puede fácilmente convertirse en tóxico y empañar la pretendida objetividad intelectual, tantas veces declamada y en tan pocas oportunidades abrazada sinceramente.
Esto no quiere decir, en modo alguno, que los representantes de los sectores que se reúnan a los efectos del tratamiento del tema que fuere, no tengan interés genuino en dirimir el conflicto, todo lo contrario, deben aspirar a la resolución del mismo y deben reconocer que en tal resolución hay implicancias que afectarán de alguna u otra manera a sus vidas y las de tantos otros.
Frente a tanta palabrería, un ejemplo ayuda al entendimiento:
Desde la perspectiva de un náufrago la sobreabundancia de agua es su principal e inmediato problema, pero desde la perspectiva de un tuaregs del Sahara, lo es justamente su escasez. Si ambos se reúnen para tratar el problema del agua en el mundo, no creo posible que arriben a una conclusión de consenso….
La propuesta del naufrago no va a ser nunca a favor del cuidado del agua y el buen uso de la misma ¡¡porque se está ahogando en ella!! y contrariamente veo poco probable que el tuareg abone ideas respecto de drenar los campos y las ciudades para escurrir el exceso hídrico de las mismas…. Pero si cada uno abandona ligeramente su perspectiva extrema puede que, ahora sí, el problema del agua se asuma con matices que faciliten el consenso entre ambos y sobre todo, las partes comprenderán que, dependiendo de las circunstancias, es un problema tanto el exceso como el déficit.
Dicho esto, podemos aplicarlo al tema que nos ocupa. Los agroquímicos y su empleo en la provincia:
En la provincia de Entre ríos el problema de los agroquímicos viene siendo, cuanto menos, muy mal abordado. En los últimos tiempos se dirime la prohibición parcial de uso de pesticidas en áreas cercanas a las escuelas, entre fallos judiciales y decretos del gobernador, un tironeo que parece más abocado a demarcar competencias y poderes que a transitar senderos de menor conflictividad hacia la solución real del conflicto o siquiera hacia su encausamiento.
Frente a esto, una vez más nos vemos tentados a coquetear con la frase de siempre: debieran reunirse los actores en una mesa de diálogo y establecer consensos. Sin embargo es esta una verdad tan inobjetable como poco conducente, en tanto se sienten a esa mesa los actores que históricamente tienen fijada posición, porque sus perspectivas estarán siempre preñados de egos y revanchismo que no pueden menos que enturbiar las aguas.
¿Deberíamos entonces dejar afuera de la discusión a ingenieros agrónomos, reconocidos juristas o renombrados ambientalistas? ¡¡¡No, claro que no!!!, pero considero prudente que no sean representantes alineados con posturas ya tomadas y declamadas por sus órganos colegiados o por sus organizaciones de pertenencia. Es la inflexibilidad conferida por mandatos de sus entidades de pertenencia lo que conspira, las más de las veces, contra acuerdos amplios y de evidente pluralidad.
Y entonces qué mecanismos nos quedan? Debemos resignarnos frente a las dificultades? ¡¡De eso nada!!, una posibilidad entre otras de afrontar el desafío podría ser una suerte de juicio por jurados, con representantes de múltiples sectores y de diversa extracción social, al fin de cuentas la decisión en cualquiera de los sentidos….o la no decisión, que es una decisión en si misma dado el estado de cosas, afecta a la sociedad en su conjunto y no solo a las entidades más o menos representativas.
Solo dos posiciones debieran quedar afuera de la mesa: la prohibición total e inmediata del uso de agroquímicos y la negación sistemática de los muchos problemas que ocasiona su uso, (el naufrago y el tuareg, retomando la analogía entes planteada).
En relación al primer postulado: No puede considerase seriamente la prohibición inmediata y total del uso de pesticidas en el agro nacional. Nuestra matriz productiva, guste o no guste, esta cimentada en la utilización de herbicidas, insecticidas, fungicidas, antibióticos y vacunas que salvaguardan los cultivos de diversos patógenos y a los animales de granja de numerosas enfermedades. Tampoco es posible siquiera aproximar los valores de productividad de nuestros suelos sin el uso de fertilizantes y ni pensar en retomar viejas y afortunadamente desterradas prácticas como el uso de arados y otras herramientas altamente erosivas y responsables por el deterioro de buena parte de los suelos agrícolas.
Sin embargo, podría si, promoverse la paulatina pero firme transformación de los sistemas productivos hacia horizontes más respetuosos con los predadores naturales, mas armónicos con los ecosistemas; desarrollos agronómicos menos insumo-dependientes y menos afectos a la sobre-simplificación, son numerosísimas las experiencias que acreditan tal posibilidad, aunque seguramente este cambio no sea solo de índole agronómica, posiblemente tenga implicancias profundas en el desarrollo territorial y en la planificación energética de los territorios y finalmente en las prioridades concernientes al desarrollo socio económico del país.
Pero como dijimos, los otros grandes ausentes a la mesa de consenso debieran ser quienes desconozcan los muchos efectos negativos de la aplicación de biocidas en el agro y de igual manera deben abstenerse de opinar quienes consideran que solo con evitar “derivas” y respetando las “buenas prácticas agrícolas” o endureciendo las sanciones se puede seguir produciendo sin mover mucho el timón.
Estas posturas, temerariamente sostenidas por, no pocos sectores ligados al agro, solo han conseguido derivar el foco de atención. No se trata aquí de aplicar bien o mal los pesticidas o de aplicar hasta 50 o 100 o 1000 metros de los centros poblados o las escuelas rurales, se trata de enfrentar el irrevocable echo que “aplicar bien” un producto no atiende más que la inmediatez de acción y las imposibilidades tecnológicas de mejora en su distribución por el lote objetivo, pero nada garantiza el “aplicar bien” respecto de la perennidad de ese asperjado en el medio, en nada atiende tampoco a la interacción de ese producto con la fauna del entorno y sobre todo, el “aplicar bien” se desentiende de posteriores tras-locaciones de esos productos hacia aguas subterráneas o hacia otros ambientes y/o diferentes productos alimenticios a través de vectores diversos (particularmente abejas y otros polinizadores).
En síntesis, podría ser, y solo es una posibilidad, que con las posturas más “radicalizadas” fuera del ámbito de discusión se logre finalmente consensuar un camino que nos conduzca hacia producciones agropecuarias más amigables con el ambiente y por ende con nosotros mismos.
En este camino, la investigación científica es sin dudas un aliado substancial, pero no solamente en el rol (muchas veces auto-conferido) de árbitro moderador de posiciones encontradas, amparado en fueros de objetividad y pretendida neutralidad resolutiva. Particularmente veo imperioso respaldar investigaciones localmente producidas, con investigadores e instituciones científicas y/o educativas ligadas al territorio, produciendo conocimiento riguroso, pero también cercano al interés social local y sobre todo, construyendo y confiriendo credibilidad a la vez que certidumbre.
1 El autor es Ingeniero Agrónomo (UNER) y Magister en Ciencias Agropecuarias (UNRC). En la actualidad desempeña funciones como docente e investigador para la FCYT en el ámbito del laboratorio de Actuopalinología del CICYTTP (CONICET - Prov. de Entre Ríos - UADER) sobre temáticas relacionadas a la polinización entomófila de cultivos agrícolas, propendiendo al fomento de la sostenibilidad ecológica y socio-económica de los sistemas agropecuarios.