Estoico. Así permanece el lino en el paisaje rural entrerriano. El paso del tiempo le quitó, hace décadas, la posición hegemónica que supo ostentar en cantidad de hectáreas sembradas y hoy se mantiene algo alejado del nervio económico del sector agrícola. Pero sigue aquí, ofreciendo sus frutos a la industria aceitera y a los consumidores que con interés lo buscan para consumir directamente sus saludables semillas.
Atentos, en la Experimental Paraná de INTA lo siguen investigando; mejorando sus simientes con el propósito de preservar su potencial y siendo, de algún modo, guardianes de la tradición linera.
“Desarrollamos este cultivo desde hace 40 años, jamás dejamos de recrear cultivares” dijo a Campo en Acción Sergio Lassaga al pie de los ensayos que campaña tras campaña impulsan para mejorar la genética.
Hay que decir que programa de la Experimental es el único en la Argentina y que desde allí se investiga para que el productor tenga materiales aptos a las nuevas necesidades del mercado. “Hay un cambio de uso en el lino, antes era industrial (se aplicaba como insumo de textiles y pinturerías) y ahora se orienta al consumo” describió el responsable del laboratorio de investigación biotecnológica.
Es en ese marco que focalizaron el programa de desarrollo genético en la generación de semillas de alto potencial aceitero y consumo directo. “El laboratorio de biología molecular de INTA permite desarrollar líneas más eficientes” aportó Lassaga.
Lucrecia Gieco y Lorena Schutt mostraron los cultivares donde ejecutan los desarrollos y ahí mismo precisaron que la siembra se hizo en la época ideal para Entre Ríos, entre el 15 de mayo y 15 de junio. La pretensión es que el llenado de granos se dé con temperaturas de primavera.
“El mejoramiento busca las mejores plantas para obtener las mejores líneas” aportó Gieco, a la vez que dio una pauta sobre el final del proceso: las variedades masivas con control de pureza, resistencia a enfermedades y alto contenido de aceite luego son comercializadas dentro y fuera de la provincia. Claro que antes de liberarlas, INTA las inscribe en el Instituto Nacional de Semillas.
Y Schutt remató: “Fecha de siembra y densidad de implantación son claves, este es un cultivo de desarrollo lento y poco competitivo con las malezas”. En otras palabras, para empezar con el pie derecho se impone sembrar lo necesario, que en este caso son entre 50 y 60 kilos por hectárea.