La Pulpería de Aníbal Valdéz, un refugio en la Selva de Montiel

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Está desde 1951. Y queda en Loma Limpia, paraje emblema del norte entrerriano.

Abierto desde 1951, el boliche del paraje Loma Limpia en el departamento entrerriano de Federal sigue siendo un punto de encuentro de la familia rural y parte inescindible de las tradiciones gauchas que van quedando. Hay que recorrer rutas enripiadas y caminos de tierra para llegar, pero vale la pena.

Estamos en la espesura de la Selva de Montiel, donde la vegetación tupida del Espinal se entrelaza con los claros, permitiendo que la luz se filtre entre las copas de los árboles. Es la segunda vista que hacemos a Loma Limpia, pero han pasado 15 años de la anterior. Pero ahí está la pulpería abierta por don Santos Valdéz promediando el siglo pasado, bien metida en el campo y a la que accedemos pasando por un molinete de madera tan noble como gastado por el inexorable paso de los años. La foto que teníamos en nuestra memoria se mantiene intacta. Nada ha cambiado, solo los árboles han crecido, y nosotros, junto con el propietario de este santuario rural.

Es la hora de la siesta, pero los loros no lo entienden. Aníbal Váldez nos da la bienvenida con un poco de sorpresa. “Andan perdidos que no avisaron, hubiésemos preparado un corderito para recibirlos” nos dice con una sonrisa. Por estos lares la comunicación no es la mejor, aunque la telefonía celular está presente. Un camino sinuoso nos trajo desde la ruta provincial de ripio N° 5, a treinta y pico de kilómetros de Federal y donde, aunque no tenemos ninguna prueba, el diablo perdió el poncho.

Nos sentamos a charlar debajo de un ñandubay muy grande. “Mi papá lo inició al almacén y después lo seguí yo”, comienza a desgranar Aníbal. “En aquella época había mucha gente, mucha familia. Teníamos 54 libretas para anotar lo que compraban”, recuerda sobre la pulpería que es el punto de encuentro en el paraje Loma Limpia, departamento Federal. Un poco más allá se puede ver el edificio donde funcionan las escuela primaria y secundaria “Mburucuyá”, y al que concurren chicas y chicos de la zona.

El paraje en el que estamos es territorio pleno de la Selva de Montiel, podríamos decir en su expresión más intensa, con la biodiversidad a flor de piel, con arroyos que se desbordan cuando llueve y que desaguan en el Feliciano o en el río Gualeguay. Ñandubay, como el que nos sombrea, muchos quebrachales y la palmera yatay junto con la carandilla son la fotografía permanente que encontramos en nuestra recorrida. El desmonte está un poco más allá.

El boliche, que tiene un letrero gastado por el sol y el viento que indica Abierto, comenzó a escribir su historia en 1951. Fue Santos Valdéz, padre de Aníbal, quien ancló en este rincón de Entre Ríos la esperanza de un negocio que, lejos de ser solo un comercio, se convertiría en el corazón de la comunidad, por entonces muy poblada con familias dedicadas a trabajar en estancias o a cultivar pequeñas parcelas propias y criar ganado, otro sello distintivo del norte entrerriano.

El cronista ha recorrido muchos lugares, conocido muchos almacenes y bolichos, pero la pulpería de los Valdéz es casi una pintura renacentista, si se nos permite la digresión. Refugio de una memoria rural que permanece inmutable, un pulso de historia y tradiciones en un paraje perdido donde el nombre evoca la pureza del aire y el paisaje es un canto a una naturaleza casi inmaculada. Que así permanezca.

La pulpería de Federal

Charlamos con Aníbal en el patio de su casa. Sentado en un banco que se apoya en dos antiguas ruedas de carro nos cuenta sobre el boliche que está allí nomás, parado en el mismo lugar y con la solidez que le dan las paredes “enchorizadas”, surgidas de la arquitectura popular. “El techo lo reforzamos con chapa”, aunque se sigue viendo por lo bajo la paja original y que no oculta el paso de las décadas. “Ese techo…” dice Aníbal y se nota la emoción. La pulpería ha sido testigo de cientos de historias, de peones rurales con sus familias, de hombres que dejaban su hogar por largas temporadas para trabajar en otras tierras y lejos de casa, buscando el sustento y dejando en manos de los Valdéz la certeza de una libreta para el fiado de la familia. A la vuelta, esa cuenta de confianza sería saldada para empezar de nuevo.

“Mucha pobreza. Los hombres se iban a la zafra de la papa en la provincia de Buenos Aires, o a la del maíz en Santa Fe. Volvían a los 5 o 6 meses, entonces ahí se cobraba. Pero a nosotros también nos fiaban. Así era la cosa”, nos dice casi en un murmullo.

Los años han pasado, pero la esencia de la pulpería se mantiene. Aníbal, heredero de esta tradición, continúa la labor de su padre, aunque los tiempos hayan cambiado. El boliche, que alguna vez fue el único nexo con los productos esenciales como fideos, arroz, papas y batatas, ahora es más un punto de encuentro, un lugar donde las tardes se acompañan de conversaciones entre paisanos que buscan el calor humano tanto como el refugio de un buen vino o una cerveza fría.

Imaginamos miradas y gestos de quienes se reunían, mientras don Santos o el propio Aníbal observaban aquellos rostros duros y cansado al final de la jornada. “No sé si había muchos ‘bravos’ pero se atendía detrás de la reja” cuenta, mientras pasa la mano por uno de los barrotes gastados que han acompañado desde el primer día el funcionamiento de una de las pulperías más típicas de Entre Ríos, un espacio que expresa para los que aquí habitan pertenencia a esta tierra, dura en su clima y aislada por los caminos cuando llueve y se vuelven intransitables, pero que es su hogar.

“No es como antes. Pero igual sigue siendo el lugar para encontrarse, para tomar una copa y disfrutar de la charla, los que vamos quedando” dice mientras la mirada recorre el boliche, con su galería con bancos de troncos, que ha sido y es su lugar en el mundo y para siempre.

—¿Qué podemos tomar Aníbal?

—Y la mayoría toman vino, cerveza, la mayoría, y también alguno les hace a las bebidas fuertes, un W, una ginebrita, y cosas así.

—¿El edificio se conserva prácticamente igual?

—Igual, igual, igual. Es rancho, las paredes son enchorizadas, y techo de paja. El rancho está, así como se hizo, tiene 70 y pico de años el rancho. Originalmente era solo techo de paja y después se cubrió con la chapa, para que dure más, hasta ahora.

Aníbal nos cuenta, mientras señala la paja original, que “no hay quien lo haga de nuevo, es difícil conseguir alguien que se ocupe porque no queda nadie con el oficio, se han ido”. La realidad del campo.

— ¿Quiénes viven acá hoy? ¿Cómo es la vida cotidiana?

—En la zona ha quedado poca gente, algunas familias, nosotros. Si se cuenta que el pueblo más cerca que tenemos acá es Federal, estamos a 37 kilómetros. Poco trabajo, la maquinaria reemplazó al hombre.

—¿Y si llueve?

—Ah sí, sí, los caminos, todos caminos de tierra, es imposible llegar al pueblo (Federal) cuando hay lluvia.

Los años han pasado para el boliche y para todos. Hoy Aníbal Valdéz vive un poco de la pulpería, pero también de otras cosas, ¿no? “Justamente vivimos un poco del almacén, muy poco, algo se hace, no mucho, pero además de tener la jubilación, también tengo trabajo en el campo, sigo haciendo algún trabajito” nos cuenta en tono pausado, mientras camina apoyado en un bastón. Los loros en lo alto se empeñan en acompañar la charla, un estridente coro comparable con los bocinazos propios de nuestra vida citadina, pero rodeados de algarrobos y espinillos.

El atardecer trae consigo una brisa bien fresca que susurra entre los árboles, cruzando la galería de la pulpería, donde el paisano sigue llegando para ser atendido por los Valdéz, detrás de las rejas por si alguno se pasa de compadrito. “Nunca pasa nada, toda buena gente” asegura Aníbal, mientras se pone detrás del enrejado para la foto, con su mirada nostálgica por esos tiempos que se han ido yendo para todos y del que solo nos quedan los recuerdos. “Me gustaría que siga el boliche en el tiempo, mi familia lo va a continuar” finaliza confiado.

Nos despedimos con la promesa de volver pronto a la pulpería de Loma Limpia, a visitar a Aníbal y su familia en este rincón de Entre Ríos, un lugar que, contra toda adversidad, sigue siendo punto de encuentro, refugio y memoria viva de una comunidad rural. “Avisen y preparamos un corderito” nos dice con picardía, levantando la mano en el saludo final. La Pulpería de Aníbal Váldez (El Ceibalito en los mapas de internet), en el paraje Loma Limpia de Federal, un almacén que es único, y sigue abierto. Los loros continúan tan intensos y sin percatarse de nuestra partida. Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

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