A mitad de los años 90, cuando la crisis y las deudas comenzaban a mostrar la peor cara del modelo económico puesto en marcha por el gobierno de Carlos Menem, un grupo de mujeres se puso al frente de la línea de batalla en el sector agropecuario. La potencia de ese movimiento llega hasta estos días. Ana Galmarini, que falleció el martes, fue impulsora, inspiradora y protagonista de esa lucha.
En 1995, mujeres agropecuarias de todo el país se concentraron en Winifreda, La Pampa, para frenar el remate de un campo. Muchos productores de aquella época, en los que no había retenciones pero tampoco políticas de apoyo a los chacareros, tomaron créditos para sobrevivir y al mismo tiempo acompañar los llamados a la reconversión que partían desde el propio gobierno nacional.
Ese proceso terminó con casi 14 millones de hectáreas hipotecadas y cien mil productores fuera del sistema. En el medio, las dificultades para afrontar los créditos dieron lugar a una ola de remates de establecimientos agropecuarios. Hasta que un grupo de mujeres plantó para impedirlo.
El de La Pampa fue el primero pero, a partir de allí, el Movimiento Nacional de Mujeres en Lucha frenó cientos de ejecuciones en todo el país y convirtió en un símbolo de lucha la entonación del himno nacional en cada refriega que les tocó protagonizar con los rematadores.
Ana Galmarini participó del movimiento desde su fundación.
"Pan, tierra, trabajo, remates al carajo", era el grito que “surcaba las pampas, dando sustento objetivo, corpóreo y real, a esa loca decisión de parar los remates de campos con el cuerpo y el himno nacional argentino”, recordaba la propia Ana durante una nota al cumplirse, en junio de 2020, los 25 años de aquel grito fundacional.
“El escenario diseñado por el plan de Convertibilidad del año 1991, la reforma del Estado y su total desmantelamiento a todo nivel, con privatizaciones, desregulaciones, despidos y apertura indiscriminada de la economía, unido al bajo precio de los cereales y alto endeudamiento de los pequeños y medianos productores para lograr la tan mentada eficiencia, fue el caldo de cultivo para el nacimiento del movimiento”, recordó en ese momento.
Y definió el movimiento: “Nosotras éramos mujeres sencillas, que lo único que teníamos en claro era todo lo que el modelo nos hacía perder: las herramientas, las tierras, la producción, las familias, y hasta la vida en algunos casos, ya que compañeros abrumados por el endeudamiento llegaron a quitarse la vida”.
Así fue que, después de que Lucy Cornelis pegara el grito en Winifreda, las mujeres se encontraron “en las diferencias”, a lo largo de “tantísimos remates parados en todo el país, enfrentando desalojos injustos y también más injustos encarcelamientos”.
Empezaron a comprender de esa manera que "el campo" como un solo concepto no existe. Y que, en el sector agropecuario conviven y disputan distintas realidades. Incluso cuando la amenaza de los remates se redujo sustancialmente tras el cambio de modelo después de los 2000, las mujeres en lucha siguieron luchando contra la concentración, levantando la consigna de “un millón de chacras”.
El grito de aquellas mujeres trascendió las fronteras agropecuarias y se convirtió parte activa del movimiento popular. Remate de vivienda, conflictos laborales, movilizaciones. Era difícil no encontrar a Ana en cualquier refriega propia de la lucha social. Y así seguirá, ahora, en otras pampas. Fuente: Alvaro Torriglia Agro Clave