Ante un contexto mundial complejo, las exigencias comerciales escalan y presentan nuevos desafíos al sector agropecuario. Puntualmente, la carne bovina argentina es un producto que se destaca en las góndolas de todo el mundo por su prestigio y calidad. Con el objetivo de fortalecer su competitividad y sustentabilidad, investigadores del INTA y el INTI realizaron un estudio con datos científicos que permitieron certificar la producción de 1 kilo vivo bovino en un campo ganadero de Entre Ríos. Esta información está publicada online y es de acceso libre.
El producto analizado y verificado es una etapa intermedia (Upstream) de la Declaración Ambiental de Producto (EPD) de un kilogramo de carne fresca, envasada y deshuesada de vacuno, raza Angus, producida en un sistema silvopastoril de ciclo completo en la zona de Paso Gallo, en Federal.
En la Estancia San Esteban se realiza ganadería bovina de ciclo completo en una superficie total de 3.604 hectáreas, de las cuales 2.391 ha son de monte nativo con pastizal natural mejorado, 1.213 ha son de pasturas implantadas (509 son verdeos de invierno) y 168 ha se destinan a la producción de granos para alimentación animal. La vegetación nativa incluye el monte natural, que se conserva en situación prístina, sin deforestación ni cambios en el uso de suelo en los últimos 20 años.
“Estamos muy orgullosos de publicar la primera declaración ambiental de producto de un animal vivo, como un producto intermedio, que no llega directamente al consumidor”, señaló Rodolfo Bongiovanni -especialista en análisis de huellas ambientales del INTA. Y explicó que “se certificó la producción de animales en el campo, la etapa primaria que se llama upstream. Es decir, desde que se generan todos los productos para producir, todos los insumos, todos los factores de la producción, hasta que se logra un kilo de peso vivo en la tranquera del campo”.
“Este eco-etiquetado -explicó el investigador- considera 10 impactos ambientales dentro de los que se destaca la huella de carbono, que es el más conocido, pero no es el único. Y dentro de la huella de carbono, el animal peso vivo tiene una huella asociada al propio animal, principalmente la fermentación entérica, de unos 12 kilos de dióxido de carbono equivalente por cada kilo vivo”.
Y especificó: “Ahora bien, cuando se tiene en cuenta el sistema de producción, la remoción de carbono o secuestro de carbono que hay en un manejo silvopastoril, con pasturas perennes, se llega a una reducción de la huella de carbono, a una compensación, y en el balance queda un valor final de 1,77 negativo, es decir, una remoción de 1,77 kilos de dióxido de carbono equivalente por cada kilo de peso vivo”.
El investigador reconoció que “estos datos científicos son muy valiosos y permiten demostrar que la producción ganadera en un sistema silvopastoril mejorado tiene una huella favorable sobre el ambiente porque secuestra Carbono”. Y subrayó: “Es una buena noticia para la ganadería argentina, así como para quienes trabajamos para los sistemas productivos sostenibles y para todos aquellos quieren seguir produciendo carne y exportando al mundo”.
En este punto reconoció que “los consumidores europeos cuentan con alta conciencia ambiental sobre los alimentos con una mirada muy hostil hacia el sector de la carne”, de allí la importancia de contar con “este tipo de estudios y certificaciones que permiten hacer trazar los alimentos desde la cuna hasta la tranquera del campo son los que necesita la Argentina para demostrar con datos científicos la sostenibilidad de sus sistemas productivos”.
Este logro es fruto de un trabajo de investigación junto con el INTI, mediante el sistema de certificación Declaraciones Ambientales de Producto (EPD, por su sigla en inglés). Se trata de un documento verificado y registrado por terceras partes independientes que comunica de manera voluntaria información objetiva y comparable sobre el impacto ambiental de un producto o servicio durante su ciclo de vida, con el método Análisis de Ciclo de Vida, de conformidad con la norma de Ecoetiquetado ISO 14025.
El efecto multiplicador del impacto ambiental positivo
Los impactos ambientales se calcularon teniendo en cuenta la cadena de producción parcial desde el nacimiento del animal hasta el animal vivo terminado (Upstream), según se especifica en la norma de referencia PCR Carne de mamíferos versión 4.0.1. Para esto, se utilizó el criterio de asignación biofísico, asumiendo un rendimiento de 2,71 kg de peso vivo animal por cada kilogramo de carne envasada deshuesada, y un porcentaje de asignación del 94,07 % para la carne, con respecto a los subproductos.
“Es decir, si se quiere llegar a conocer el impacto de la carne sin hueso, necesito 2,71 kilos de peso vivo, lo que me permite multiplicar la huella de carbono negativa llegando a una huella de carbono negativa de 4,51 por kilo de carne envasada al vacío”, detalló el investigador del INTA, aunque también hay que sumar el impacto del procesamiento y la cadena de abastecimiento.
Dentro de las categorías de impacto que se certificaron, se destaca el potencial de calentamiento global o huella de carbono, que resultó en 12,24 kg CO2eq por cada kilogramo peso vivo de animal terminado. El principal punto crítico de emisiones o hotspot radica en la producción ganadera, donde se destaca la emisión de metano por fermentación entérica (80,8 %), seguido por la producción de alimento en las distintas etapas cría, recría y engorde (14,1 %) y en tercer lugar aparecen las emisiones por gestión del estiércol (4,5 %).
“Considerando la remoción de carbono en el sistema ganadero silvopastoril, el balance resultó en -1,77 kg CO2eq por cada kilogramo peso vivo en la tranquera del campo”, concluyó Bongiovanni.
Un logro con mirada transversal
Mauricio Álvarez, referente del INTA en Carnes y Fibras Animales, destacó la importancia de esta certificación ya que reafirma los resultados de varios trabajos de investigación que está realizando el INTA, en los que se observa que los sistemas ganaderos basados en el uso de pasturas y pastizales están fijando más carbono del que emiten. El especialista agregó que, en este caso particular, hay un efecto multiplicador al pasar de peso vivo a peso de producto final.
Por otro lado, el referente de Forrajes, Pasturas y Pastizales del INTA, Alejandro Radrizzani, destacó que esta información complementa los trabajos que se realizan en el marco del proyecto “Emisiones de Gases con Efecto Invernadero y Secuestro de Carbono en Sistemas Agropecuarios y Forestales”. En este proyecto se está midiendo el balance de carbono en sistemas ganaderos reales y representativos en diferentes puntos del país, incluyendo ganadería bovina de carne, lechería y ganadería ovina tanto en sistemas a cielo abierto y como silvopastoriles.
Y no dudó en subrayar: “Este proyecto nos está ayudando a identificar las tecnologías que mejoran la producción reduciendo las emisiones y aumentando el secuestro para establecer las mejores propuestas de manejo en cada región”.
Finalmente ambos destacaron que “es estratégico generar más experiencias como esta para posicionar a la ganadería nacional. Para eso, no basta con declarar que tenemos sistemas ganaderos basados en pasturas y que por lo tanto fijan carbono, sino que tenemos que medirlo y, luego, acreditarlo”.