El bar de Fanoni invita una copa en los atardeceres de Colonia Nueva

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Una solitaria palmera yatay en un cruce de caminos es la insoslayable referencia para saber que hemos llegado al viejo almacén de Neris Fanoni, “Lulo” para todos los que lo conocen, quien está al frente de un boliche que nació junto con la primera inmigración europea a estas tierras recostadas sobre el río Uruguay, promediando el siglo XIX, cuando el país y Entre Ríos comenzaban a organizarse, y todo estaba por hacerse. Una historia y un lugar singular que valen la pena conocer.

Una construcción sencilla, paredes anchas y originales, con galería y un salón amplio, un mostrador de ladrillos y antiguos carteles de Mirinda, Teem y un punteador para jugar a las bochas auspiciado por Lusera, junto con una mesa para jugar al pool, conforman la estética de este punto de encuentro para la familia rural de una región entrerriana marcada a fuego por los campos forestales y la avicultura. El bar de los Fanoni no tiene una identificación, tampoco la necesita, pero allí está -para los forasteros- la palmera butia yatay como para no errarle al emblemático lugar.

“Lulo” nos recibe afable y con una sonrisa que no lo abandonará en ningún momento. Invita una copa y en el transcurso de la charla nos dirá que ese es “el mejor lugar del mundo para vivir”. Hay mucha paz y pocos sobresaltos en la mirada detrás de los lentes de este descendiente de un abuelo italiano que llegó como tantos otros buscando un horizonte de trabajo y progreso.

“Estamos en Colonia Nueva al norte, a tres mil metros de San José” nos ubica para iniciar la charla el bolichero. Del otro lado de la palmera y del camino, en diagonal, está el Club Defensores, el equipo de fútbol zonal con una bonita cancha que suele lucir una camiseta con los colores amarillo y negro. “Este es un almacén muy antiguo, nació acompañando a los primeros inmigrantes que llegaron” nos cuenta.

La Colonia San José, creada a instancias de Justo José de Urquiza tiene 165 años y, según nos dice Lulo Fanoni “el boliche tiene un poco menos, 160, fue abierto por una familia de apellido Luna que además se dedicaban a combatir la garrapata en el ganado”. La vigencia por tantos años del almacén es motivo de orgullo, una larga historia que es el aura que convoca a los amigos y vecinos, ciclistas y visitantes que recorren Colón, uno de los departamentos con mayor desarrollo turístico que tiene Entre Ríos.

El lugar para encontrarse

“Lo de Lulo” es visitado por motoqueros, ciclistas y amantes de los “fierros” antiguos que encuentran en el bar un espacio para disfrutar de la pasión y la amistad, un lugar con más de un siglo y medio de vigencia que quizás no todos conozcan.

“Al frente del almacén de los Luna le siguió Quirino Maxit, un hombre de Villa Elisa al que le decían ‘salmuera’ porque estaba en todos los asados” nos cuenta y se ríe con ganas Lulo, mientras chequea con su hijo -Chelito- de dónde había llegado el abuelo italiano: “De Lombardía” será la confirmación para el ancestro que, como tantos otros, se subió a un barco con algunas referencias de estas tierras prometidas donde el esfuerzo y el trabajo eran las únicas herramientas para salir adelante. “El abuelo tuvo 12 hijos, como era antes, y por acá quedamos nosotros, la mayoría de los tíos se fue y se instaló en San Miguel (Buenos Aires), son un montón la parentela por ahí” expresa.

Pero la secuencia de los administradores de este museo activo que es el almacén de Colonia Nueva al Norte sigue: “Después de los Maxit al boliche lo siguió don Enrique Fabre. Luego vinieron Sabino Uriosi, Amado Sigaut y los Roth, entre otros que estuvieron antes que nosotros. Se vendía la alpargata Rueda, kerosene, y todo lo que te puedas imaginar” recuerda.

La historia de los Fanoni en el boliche comienza en 1980. “Me gusta más estar de este lado del mostrador” se ríe Lulo mientras saluda a un cliente que llega y pide una cerveza. “Me acuerdo que abrimos un día viernes y el lunes seguíamos sin cerrar. Tres días con sus noches atendiendo, no dábamos más” se ríe de aquel inicio.

El Bar El Rutero, como figura en google maps, es un punto de encuentro tradicional para las familias que van quedando, aunque ya no es el viejo “Ramos Generales” de otros tiempos y la parada obligada tiene que ver más con tomar una copa, comer una picada y compartir la charla, olvidando por un rato las labores y la rutina de cada día. Está en esa ruta de ripio que une la localidad de Primero de Mayo con la ciudad de San José.

“Cada vez queda menos gente en el campo. Ahora los que viven acá cerca salen a tomar mate, van al pueblo y ya de paso hacen las compras en el supermercado” dice, mirando para el lado de San José, la pujante localidad con playa sobre el Uruguay, complejo termal y mucha historia para ver y disfrutar. “Eso sí, cuando están cocinando y se les termina el gas al mediodía vienen corriendo a lo de Fanoni a comprar una garrafa” nos cuenta riendo con ganas.

Ahora la rutina se ha vuelto más pausada. “Los días viernes nos reunimos, tomamos un vino y jugamos unos chinchones. Antes la gente almorzaba y venían corriendo al bar para ganar mesa y jugar a las cartas, era impresionante la cantidad de personas que andaban por el campo” dice nostálgico. Lulo recuerda también que se tomaban bebidas más fuertes “mucho Cubana, sello rojo o sello verde y hasta tres botellas se consumían en un día; Doble W, ginebra Llave, whisky o Paddy. Ahora cerveza, vino, un fernet con coca”, puntualiza.

Con la familia como principal sostén en este emprendimiento que comenzó allá por 1980, Neris Fanoni confía en la continuidad de la historia de un almacén que abrió sus puertas hace más de un siglo y medio. “El boliche va a seguir, estoy seguro. Está sobre esta ruta y tenemos muchos amigos” expresa con seguridad. En el horizonte la palmera yatay, que tiene como característica principal su longevidad, pareciera asentir con un leve movimiento de sus hojas…

El sol comienza a despedirse por estos lados. Un poco de salame, queso y mortadela y a seguir viaje. Como tantos otros almacenes que sobreviven en la provincia, el de los Fanoni está impregnado de recuerdos, voces y sensaciones intangibles, por lo que no es difícil percibir la presencia de espíritus de aquellos hombres y aquellas mujeres, de las familias pioneras que a lo largo de los tiempos dejaron su esfuerzo en estas tierras pródigas por naturaleza. Vale y mucho llegar al bar de Lulo, compartir una copa, una picada, charlar o simplemente sentir, mientras disfrutamos de los atardeceres de Colonia Nueva, al norte.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

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