La edificación está ubicada sobre lo que fuera uno de los caminos tradicionales por donde carretas y tropillas accedían a Paraná desde el sur, con su abasto para los habitantes de la que alguna vez fue capital de la Confederación Argentina, en tiempos del general Justo José de Urquiza. La Casa de Almada, una pulpería que desde el barrio El Triangular de la universitaria ciudad de Oro Verde, retoma su pertenencia a una historia que se originó en 1865, en defensa de la identidad y de una cultura rural entrerriana que se niega a ser olvidada.
De esos tiempos hablamos, cuando hacemos mención a la residencia de Sinforiano Almada y su familia en el Camino de la Cuchilla, bien enfrente del Centro de Medicina Nuclear, y que llega hasta nuestros días. Pero también de su actual propietario Wendel Gietz, que adquirió el solar hace 20 años y asumió el desafío de reconstruir y no demoler, de ser depositario y protector de un legado con la Entre Ríos de Pancho Ramírez y también del vencedor de Caseros, una suerte de línea de tiempo que continúa en esas añosas paredes, en la balanza de dos platos o en el molinillo francés, en las figuras de San Martín y Artigas junto al mapa que recuerda la geografía que abarcó la Liga de los Pueblos Libres, o desde una mesa pegada al aljibe más que centenario, en una noche estrellada del verano, bien servida y mejor regada porque volvemos a estar en la pulpería que fundó don Sinforiano Almada.
Reseñar que Gietz además de abogado es escritor- autor de “Pino o roble, aguafuertes y otros relatos” entre diferentes trabajos literarios-, ávido lector e investigador porfiado de nuestro pasado es un dato que no solo sería impertinente soslayar en esta crónica, sino que ha sido y es lo medular en este proyecto que lleva adelante. Su natural curiosidad nos permite a todos conocer una parte tan sustancial como intensa del lugar desde el mismo momento en que se ingresa a la antigua residencia de los Almada.
“Es una historia tan rica como desconocida la casa de don Sinforiano. Nuestro objetivo fue hacer el rescate conjunto de ese legado además de la parte edilicia, que estaba muy deteriorada”, recuerda Wendel, propietario de la finca desde 1999, mientras invita una cerveza helada junto al aljibe de anchas paredes que luce un hueco producto de un balazo y donde entra un dedo. En la profundidad del pequeño boquete se puede acariciar una munición redonda, producto de alguna refriega muy, muy lejana y sin crónica periodística que la recuerde.
“Mucha gente se sorprende y pregunta si la casa siempre estuvo en este lugar. Sí, siempre estuvo, pero tapada de árboles, deteriorada y modificada, le habían cambiado las ventanas. Restaurar es costoso y muy delicado. Fuimos haciendo por partes. El frente primero, que eran tres habitaciones enormes y después el salón con el sótano, que era la pulpería propiamente dicha” nos cuenta. El techo es singular y pudo ser preservado, con esos silenciosos tirantes de pinotea que resisten hace 170 años y todo lo observan desde lo más alto, con su sello original de Oregón en los Estados Unidos.
El proyecto gastronómico, con una pequeña pero destacada biblioteca hace honor al dueño escritor y su placer por la lectura, pero además por la cantidad de elementos de la vieja pulpería que lucen en estanterías o colgados de las paredes en una estética ecléctica que amalgama el pasado con lo necesariamente nuevo, como una heladera que mantenga la cerveza tan fría como sea posible.
“Cuando ingresamos al sótano encontramos muchos elementos de la vieja pulpería” sigue recordando Wendel. “Allí había una balanza, el molinillo de café, enseres, aperos, herramientas, llaves, antiguas botellas y porrones de cerveza inglesa y ginebra holandesa y alemana”. Es una obviedad decir que absolutamente todo fue recuperado y que la cuidada ambientación de la pulpería, con la exhibición de todas esas piezas, nos hace transitar por un túnel del tiempo y traer a la memoria que allí nomás, a un centenar de metros, el Ejército Nacional instaló un cuartel militar importante, basado en las hipótesis de conflicto de fines del siglo XIX. Y que la milicia habrá tenido en la pulpería vecina un lugar para solazarse del rigor cuartelero.
“A Sinforiano Almada le compran una parte de sus campos para levantar el campamento del Paracao, como era conocida la sede de la División Litoral” evoca Gietz sobre su investigación. El cuartel albergó un número importante de efectivos, que rondaba de 800 a 1.000 hombres, lo cual generaba un notable movimiento de bienes y personas, razón por la cual el jefe de dicha unidad solicitó a la compañía inglesa de ferrocarriles que instale una estación o apeadero frente a las barracas y cuarteles del campamento. Hoy quedan las ruinas de la parada ferroviaria y el haras del Ejército, con sus salones que esperan habilitaciones que permitan alquilar para fiestas. Un poco más lejos, las canchas de polo y la caballada pastoreando, mudos testigos de un tiempo que ya fue.
Quién fue Sinforiano Almada
“Nació en Paraná el 20 de agosto de 1805 y fue bautizado el 25 de octubre del mismo año en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, iglesia matriz de la ciudad”. Gietz facilita el documento original microfilmado, donde se establece que Sinforiano era hijo legítimo de Jacinto Almada y Juana Josefa Cabral. El cura que lo bautizó fue Antolín Gil Obligado, con posterior actuación en el desarrollo de la vida religiosa de la villa de la Baxada del Paraná, también uno de los impulsores de la construcción de la iglesia de San Miguel.
“No sabemos mucho de su infancia, pero desde temprana edad se une a los ejércitos provinciales de acuerdo al reglamento militar impuesto por el General Francisco Ramírez en 1820 y que mantienen en vigor los sucesivos gobernadores luego de la muerte del Supremo Entrerriano”. El estatuto disponía el “servicio de las armas” para todo hombre de 14 a 40 años.
Almada tuvo una larga carrera y activa participación en los eventos militares más álgidos de las guerras civiles argentinas formando parte de las tropas entrerrianas, siempre dentro de las formaciones de caballería. Participó de la campaña de Corrientes de 1839, en Pago Largo tomó parte de la invasión de Urquiza al Estado Oriental; actuó en Cagancha, Don Cristóbal y Sauce Grande, y posteriormente en Caaguazú, Arroyo Grande, encuentro del Arroyo del Rabón y en India Muerta. Más tarde interviene en la nueva campaña de Corrientes, Potrero de Vences y Los Laureles. Siempre junto a quien sería su compañero de armas, amigo y destacado jefe a lo largo de su extensa carrera militar, el general Manuel Antonio Palavecino.
“Junto a Palavecino fueron los hombres de Urquiza en Paraná. Recordemos que el círculo de confianza era con gente de la costa del Uruguay” afirma Wendel.
“Sinforiano Almada fue un oficial del ejército de la Confederación Argentina que acompañó al general Urquiza en sus campañas militares hasta Caseros”, la batalla que fue bisagra en la historia nacional por obra y gracia de Urquiza, que terminó con Juan Manuel de Rosas derrotado y exiliado en Inglaterra hasta el final de sus días, agregamos.
Luego de la batalla de Caseros, Almada continuó junto a sus hijos con sus quehaceres privados como ganadero, y sus deberes oficiales como militar, alcanzando el grado de Teniente Coronel, cuyos despachos solicita en el año 1866, los cuales le son otorgados autorizándose su nombramiento en dicho rango por el General Urquiza.
En el ocaso de su carrera militar comienza la construcción de su casa, o casco, en una fracción de campo que había sido de su padre y que había adquirido por prescripción, otorgados por el entonces gobernador Urquiza a petición suya, sobre el camino de la Cuchilla, que con el tiempo pasó a llamarse Camino General Paraná-Diamante.
Los descendientes de Almada –tuvo seis hijos varones y dos mujeres- explotaron en el inmueble una pulpería o almacén, el cual, y junto con la Estación del Paracao del Ferrocarril Central Entrerriano y emplazamiento del cuartel militar de la División “Litoral” del ejército argentino hacia fines del siglo XIX, constituyeron el núcleo poblacional originario de lo que luego sería conocido como El Triangular.
“Dos de los hijos continuaron con la pulpería hasta perderse en las brumas de la historia en 1930” cuenta Wendel sobre la pesquisa que realizó. El predio junto con la casa, tuvo muchos propietarios: Barbisán, Piocampo, Marzo, Toso, Kin y, finalmente, Gietz.
La pulpería en tiempo presente
“Lo esencial que buscamos, además de una alternativa para vivir, fue rescatar la pulpería. Esos espacios que reunían a los viajeros, el lugar de encuentro del poblador rural” sostiene.
En su trabajo de investigación, Wendel Gietz apunto: “Pulpería se denominaba, no solo a una suerte de almacén, donde adquirir productos, mercaderías, alimentos, bebidas, indumentaria y enseres necesarios para la vida cotidiana, sino también en muchos casos a un lugar de encuentro para el habitante de las zonas rurales”.
“Allí se reunían luego de largas jornadas de trabajo, a tomar un trago, jugar a los naipes y departir. La bebida principal eran el aguardiente, el vino, la grapa y los buenos mates, también el deleite del tabaco. Las formas más utilizadas de pago eran la yapa, el fiado, el trueque y el cuaderno de anotaciones” apunta en su pormenorizado estudio. En tiempo presente, con tarjeta de débito, crédito o efectivo, cerveza o gin con arándanos, podemos sugerir que la “Picada Federal” o la “bondiola a la cerveza negra” son verdaderas delicatesen. Pero hay que ir y probarlas.
Gietz se abocó a la tarea de investigar exhaustivamente en archivos y bibliotecas todos los documentos que le permitieran desentrañar una inquietud personal, pero también como una reivindicación histórica del lugar que eligió para vivir, una forma íntima de enmendar a tantos otros sitios del que se han perdido huellas, símbolos y recuerdos del pasado que alguna vez fuimos y del que no quedan ni las telarañas.
Ese trabajo de reivindicación histórica, junto a la inversión realizada en la reconstrucción y la reapertura hace un año comienza a dar sus frutos. El pasado 4 de diciembre, el Concejo Deliberante de Oro Verde sancionó la Ordenanza 021/2020 que declara a la Casa de Almada-Pulpería “Bien de Interés Histórico y Cultural”.
En los considerandos de la norma se pone de manifiesto “el significativo valor histórico, cultural y arquitectónico del inmueble, cuyos orígenes constructivos se remontan a la segunda mitad del siglo XIX, el cual conserva gran parte de su estructura original y detalles de época que fueron meticulosamente restaurados y preservados”.
Motivo de sano orgullo para el continuador de la Casa de Almada, como la actividad cultural que se desarrolló el último jueves 17 de diciembre para celebrar el primer año de la reapertura y de haber sobrevivido a la pandemia “gracias a los vecinos de Oro Verde y sus pedidos de comida elaborada”, lo que destaca hasta el infinito.
La cerveza bien helada se repite en esa mesa pegada a ese aljibe que oficia de guardián de la memoria, mientras los fantasmas del pasado recorren el parque frondoso y cada rincón de la vieja casona. ¡Si hasta pareciera que don Sinforiano camina por el césped asombrado de esas picadas o platos exóticos de colores y aromas, tan diferentes al tasajo de las campañas guerreras junto al general! Si anda por ahí escondido escuchará las tertulias en cada mesa hablando de virus, vacunas o del dólar blue, tema intrascendentes y que él poco entiende.
La visita a la pulpería y la entrevista llega a su fin. Nos vamos convencidos que el hombre frente al grabador, con su accionar, le puso un freno al olvido recurrente, a la desaparición de un pedacito de historia, lo que le da más valor al emprendimiento gastronómico que empuja obstinado.
La Casa de Almada sigue siendo un refugio donde la nostalgia, si la dejamos, nos puede envolver, como en esos viejos almacenes de campo que perduran en la Entre Ríos más profunda, auténticos refugios de identidad y cultura rural. La antigua morada de don Sinforiano, con sus paredes de ladrillos castellanos y tirantería de fina pinotea en lo alto, con su frente respetuosamente restaurado está de pie y en el lugar de siempre, en el Camino de la Cuchilla y mirando al oeste, donde indefectiblemente se pone el sol.
Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción