Almacén Sauer: 130 años de memoria viva en Colonia Yeruá

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En el corazón de Colonia Yeruá, a unos cuarenta y cinco kilómetros de Concordia, se levanta una construcción sencilla y robusta, de paredes anchas y techo bajo, que desde 1895 guarda una parte esencial de la historia entrerriana. Allí, en el Viejo Almacén Sauer, todavía laten las voces del campo, las partidas de truco hasta la madrugada, las provisiones que llegaban en carro desde Concordia y las memorias de una familia de inmigrantes daneses que echaron raíces en la provincia.

En octubre de 2025, este almacén cumplirá 130 años. No se trata de una fecha menor: es uno de los almacenes más antiguo de Entre Ríos, declarado de interés legislativo y reconocido como símbolo cultural. Y lo celebrarán como corresponde, con una fiesta popular, abierta a la comunidad, donde la memoria se mezclará con la música, las comidas típicas y la emoción de quienes sienten que este lugar es parte de su vida.

Los orígenes: la huella danesa

Hace un tiempo tuvimos oportunidad de visitar el boliche y charlar con Inés Romano de Sauer, quien nos con esta singular historia que comenzó en 1890, cuando Carlos Sauer y su familia dejaron Dinamarca y llegaron al Río de la Plata.

—Primero trabajaron en Buenos Aires, incluso en los inicios de la Cervecería Quilmes, hasta que un pariente los animó a probar suerte en Entre Ríos

— Fue así como Carlos se instaló primero en la estancia Los Gurises, de Robinson, donde levantó un ranchito.

—Allí abrió su primer almacén de campaña, atendiendo a los vecinos y puesteros que buscaban desde alimentos básicos hasta herramientas de trabajo.

—Poco después, el 1 de octubre de 1895, decidió dar un paso más firme: inauguró en Colonia Yeruá el almacén que hasta hoy lleva su apellido.

En aquellos tiempos, las provisiones llegaban en carro colono (el viejo charré) de cuatro ruedas, cargado de quesos, alfalfa, maíz y avena, que partían desde la colonia para intercambiarse en Concordia por mercaderías de todo tipo. El viaje era largo y cansador, pero aseguraba la subsistencia de la posta y de la gente del lugar.

Un mundo detrás del mostrador

El almacén Sauer fue mucho más que un negocio de ramos generales. Durante décadas, fue “tienda, talabartería, bazar, estafeta postal y hasta pulpería”. En sus estantes se vendían telas, botas, yerba, harina, aceite y herramientas; detrás del mostrador, de madera gastada, se anotaban las cuentas en cuadernos que todavía se conservan como testimonio de otra época.

Inés Romano, viuda de Sauer, recuerda con precisión esas jornadas. Llegó a hacerse cargo del boliche en 1973, y ya van más 50 años detrás del mostrador:

—El almacén es mi vida —dice con firmeza, sentada junto al hogar a leña, mientras las brasas crepitan bajo las fotos familiares—. Imagínese: cincuenta años atendiendo gente, escuchando historias, viendo crecer a varias generaciones.

Los cuadernos de cuentas, cuidadosamente rescatados por ella de un viejo galpón, hablan de otra lógica comercial: la libreta del fiado a largo plazo, donde el chacarero pagaba una o dos veces al año, y nadie hablaba de inflación.

—Se vendía hasta nueve meses a crédito —cuenta Inés—, porque había confianza.

El punto de encuentro

Los sábados siguen siendo los días más animados. Detrás del almacén hay una cancha de fútbol que convoca a los gurises y a los vecinos de los alrededores. Después del partido, los más grandes se arriman al mostrador o a las mesas para compartir una picada de salame, mortadela y queso, acompañada de cerveza, fernet o un buen whisky en invierno.

A la noche, las cartas mandan. El truco reúne a hombres y mujeres en largas partidas que se estiran hasta bien entrada la madrugada. El sonido de los naipes sobre la mesa de fórmica, las risas, las bromas y las discusiones amistosas forman parte de un ritual que se repite hace décadas.

El almacén Sauer también guarda un “museo íntimo”, armado con paciencia por Inés y su familia. Allí descansan fotografías antiguas, billetes de época, lámparas, balanzas, la vieja caja registradora, un escritorio cargado de retratos familiares y herramientas que hablan de la vida rural. Todo dispuesto como si el tiempo se hubiera detenido.

La memoria de la comunidad

El almacén no solo sobrevivió al paso de las generaciones, sino también a los cambios sociales que vaciaron poco a poco el campo. Desde la década de 1980 la población rural empezó a reducirse, y con ello disminuyó la clientela. Sin embargo, Sauer resistió.

Hoy, lejos de apagarse, se transformó en “patrimonio colectivo”. Turistas de distintas provincias llegan los domingos para conocer la historia de los inmigrantes daneses, recorrer el museo y tomarse una foto bajo el cartel que anuncia “Casa Sauer, 1895”.

La Cámara de Diputados de Entre Ríos lo declaró hace poco de interés legislativo, reconociéndolo como el almacén más antiguo de la provincia y como un símbolo de identidad.

“Queremos que la historia no se pierda —explica Belén Sauer, bisnieta del fundador—, que la gente pueda conocerla porque es una historia hermosa de inmigrantes. Buscamos preservar el patrimonio cultural e inmaterial, y también mostrar cómo nuestras tradiciones gauchescas se mezclaron con esas raíces danesas que llegaron hace más de un siglo”.

130 años, una fiesta de todos

El próximo mes de octubre, la comunidad de Colonia Yeruá se prepara para rendir homenaje a su emblema. El Almacén Sauer cumplirá 130 años de historia ininterrumpida, y lo celebrarán con una gran fiesta popular, donde está prevista la actuación del reconocido músico Monchito Merlo.

Habrá música, comidas típicas, exposición de objetos antiguos, juegos camperos y, sobre todo, reencuentros. Será una ocasión para mirar hacia atrás y reconocer en esas paredes despintadas la fuerza de una familia que supo mantener viva la tradición, pero también para mirar hacia adelante y pensar cómo asegurar que este almacén siga siendo parte de la vida entrerriana.

Defender lo nuestro

La historia del Almacén Sauer es también la historia de tantos otros boliches de campo entrerrianos que supieron sostener la vida comunitaria en tiempos difíciles. Muchos de ellos ya no están: cerraron sus puertas al compás del despoblamiento rural, del avance de las grandes cadenas comerciales o del olvido.

Por eso, celebrar 130 años de este almacén no es solo rendir homenaje a una familia ni a un pueblo: es un llamado a “defender y preservar estos espacios que hacen a la identidad rural de Entre Ríos”. En cada mostrador, en cada tablón gastado, en cada botella alineada en el estante, hay un fragmento de la memoria colectiva que nos recuerda de dónde venimos.

Cuidar el Almacén Sauer significa cuidar la cultura del encuentro, la confianza del fiado, la picada compartida después de un partido, la historia de los inmigrantes que se mezcló con las costumbres criollas, y la certeza de que lo propio vale tanto como lo nuevo.

Un fuego que no se apaga

Cuando cae la tarde y el frío arrecia, Inés se sienta frente al fuego en su sillón. El resplandor de las brasas ilumina las fotos de su marido, de sus hijos y nietos, que reposan sobre la repisa. Habla despacio, con la serenidad de quien sabe que ha cumplido un papel importante:

—Quiera Dios que esto siga, porque a mí me encanta. Me gusta, es mi vida. El almacén Sauer es mi vida.

Esa frase resume más de un siglo de trabajo, de encuentros, de memorias compartidas. Y confirma que, aunque los tiempos cambien, hay lugares que nunca dejan de ser “hogar y refugio colectivo”.

En octubre, cuando los vecinos y visitantes se junten para celebrar los 130 años, cada brindis llevará el eco de esa certeza: el Viejo Almacén Sauer seguirá vivo mientras haya alguien que lo nombre, que lo visite, que lo recuerde.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

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